martes, 25 de noviembre de 2008

Dilema implicativo

Uno de los aspectos más interesantes de la psicología, a mi entender, es averiguar por qué motivo no cambia una persona que afirma querer cambiar, o que afirma querer aprender a gestionar sus emociones, sus prejuicios, sus adicciones, etc.
Hay diversas teorías al respecto, es más, seguro que cada uno de nosotros tenemos una propia. A mi me gustan las teorías sencillas, aquellas que con pocos elementos explican muchos matices, y en este caso diría que cuando una persona no cambia algo que aparentemente desea cambiar, es por que obtiene beneficios por no hacerlo.
Estos beneficios pueden ser de muchos tipos, y os aseguro que algunos son demasiado sutiles como para que la propia persona se llegue a dar cuenta de ellos. Con ello no digo que sean inconscientes, digo que están tan enraizados en su sistema de valores que el valor nuclear que tienen dificulta cualquier cambio.
En psicoterapia a esto se le denomina un "dilema implicativo". Deseo cambiar una conducta, actitud, prejuicio, tendencia, pero no puedo por que el cambio me hace sentirme a disgusto conmigo mismo.
Creo que se verá más claro con un ejemplo. En Inglaterra desarrollaron un programa de entrenamiento en habilidades sociales que resultó ser muy bueno, tan bueno que conseguía cambios en el 70-75% de las personas que se apuntaban a él. Obviamente eran personas introvertidas. Pero, los responsables del programa veían el vaso medio vacío, y se obsesionaron con saber por qué no funcionaba en el 30% de los casos. De forma que revisaron los historiales de esos casos y descubrieron que en eran personas que abandonaban el programa cuando estaba funcionando, no por fracaso. Les llamaron y concertaron entrevistas individuales con ellos.
Los resultados de estas entrevistas fueron muy llamativos, ya que descubrieron que lo que había pasado era que un cambio aparentemente superficial y deseable tenía repercusiones en aspectos más nucleares de la personalidad del individuo. Concretando, ellos eran "reservados", "tímidos", "introvertidos", "callados", etc y deseaban ser "personas con habilidades sociales", lo que pasaba es que esto implicaba un cambio más nuclear, más profundo, ya que ellos se percibían a sí mismos como "buenas personas", "responsables", "gente de fiar", etc, y las personas con habilidades sociales las percibían como "bocazas", fantasmas", "engreídos", "prepotentes", "arrogantes, etc.
Para ellos era inviable sentirse como estos últimos, y ante la inminente crisis, decidían poner fin al entrenamiento cuando detectaban las primeras señales de estar convirtiéndose en aquello que no desean.
Evidentemente, una de las cosas que se debe hacer es cuestinar esta correlación tan intensa, de una manera tranquila, y observar si se puede realizar el cambio poco a poco, de manera que la persona se sienta cómoda en el proceso y no invalidada.
Muchos de los cambios que nos proponemos son de carácter inmediato, "para ayer", y no podemos gestionar la frustración que nos produce no conseguirlo, y acabamos abandonando, volviéndo al punto de partida que , hay que recordar, no nos gustaba.