lunes, 10 de noviembre de 2008

Lo que de verdad importa

Hace unos días me hicieron llegar un cuento por email cuya lectura hace que uno se cuestione valores como la sinceridad y alguno de los pilares fundamentales de una relación de pareja. Gracias Susana por pensar en mi y enviármelo.

Se cuenta que allá por el año 250 AC había un príncipe de China que estaba a punto de ser declarado emperador, pero para poder serlo debía estar casado. Como no tenía pareja anunció que al día siguiente recibiría a todas las pretendientas que deseasen casarse con él para proponerles un desafío. Aquella que la superase sería la elegida para ser emperadora. En palacio servía una anciana desde hacía muchos años, y al escuchar los comentarios sobre los preparativos se sintió muy triste, ya que sabía que su hija estaba muy enamorada del príncipe. Aún así le comentó el anuncio y para su sorpresa su hija le comunicó que se presentaría para intentar salvar el desafío. - ¿Para qué vas a ir? Allí acudirán las muchachas más bellas y cultas de la corte. Tú destacarás por tu pobreza. No acudas, es una insensatez, no hagas que tu dolor se transforme en una locura que puedas lamentar. - Para mi será suficiente estar unos minutos en la misma sala que él y compartir unos minutos. Cuando acudió a palacio se encontró con una sala llena de jóvenes bellas y con las mejores telas y joyas. Finalmente apareció el príncipe, y lanzó el desafío: - Daré a cada una de vosotras una semilla. Volveréis dentro de seis meses y aquella que me traiga la flor más bella nacida de la semilla entregada será escogida como mi esposa. Sin decir nada más se retiró. Era una costumbre muy apreciada saber cultivar, no sólo plantas o flores, sino saber cultivar relaciones, amistades, costumbres, etc. La joven no era muy hábil en el cuidado de plantas, pero en esta ocasión se esmeró mucho, dedicándole tiempo, cuidado y esfuerzo, controlando todas las variables posibles para conseguir una bella flor. Su madre la miraba con misericordia, puesto que conocía cómo era la gente de palacio. Pasaron tres meses y de la tierra donde planto la semilla no crecía nada. Intentó varios cambios, probó diferentes abonos, era la gran oportunidad de su vida, pero todo fue inútil, llegados al plazo de seis meses se evidenció que nada brotó de la semilla entregada. Consciente del fracaso decidió acudir al acto de presentación de las semillas, así podría volver a estar unos minutos con el príncipe. Evidentemente su madre intentó quitarle la idea de la cabeza, pero ella estaba muy decidida. Llegado el momento se encontró con una sala llena de damas de la corte con flores bellísimas, de las más variadas formas y colores, que desprendían un olores sutiles y deliciosos. Ella sólo llevaba una maceta con tierra, teniendo que soportar las miradas de conmiseración de las demás. Finalmente entró el príncipe en la sala y se produjo un silencio expectante mientras obsevaba detenidamente las flores que cada una había traído. Después de revisar todas y cada una de las macetas anunció que se casaría con la joven que había traído la maceta vacía. Las reacciones fueron de todos los tipos imaginables, no en vano el príncipe parecía haber perdido el sentido común, casarse con una plebeya que no había conseguido cultivar la semilla que le había sido entregada. Con calma el príncipe esperó a que las reacciones se apaciguasen y explicó: - Ella fue la única en poder cultivar la flor que la hace digna para ser emperatriz: La Flor de la Honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles.

Me recuerda a otro cuento que publiqué hace tiempo, también había una princesa y un plebeyo que deseaba casarse con ella, pero estaréis de acuerdo conmigo en que no es lo mismo. Podemos criticar que para ser digno de alguien haya de pasar una prueba, pero, ¿no hacemos pasar pruebas a los que queremos constantemente?