martes, 27 de julio de 2010

¡Te castigo sin terapia!

Este es un trabajo complicado, nada nuevo os voy a descubrir, trabajamos con el dolor, la angustia, el miedo, la culpa y la rabia de personas, muchas desean cambiar estos sentimientos por otros, dándoles primero un significado más acorde a lo práctico, otros vienen por la fuerza.

Del primer grupo poco voy a hablar, son casos fáciles, detectan algo y lo quieren cambiar. El que sabe lo que busca entiende lo que encuentra.

En el segundo grupo hay dos subgrupos: Los adultos y los que todavía no lo son.

Este último subgrupo, y más concretamente el de los/as preadolescentes y adolescentes es el más complicado, pero no porque sean dificiles, no, es porque tienen padres que se angustian con el sufrimiento de su progenie. Y eso es bueno. Pero dentro de ese grupo, mejor dicho, dentro de esos padres, hay otro subgrupo, uno de los chungos, de esos que cuando topas con ellos, te marcan.

¿Cuáles? Los profesores de secundaria y bachillerato los conocen a la perfección, los padecen y a la mínima que pueden los facturan a "recursos externos". Son aquellos padres que están muy preocupados por su hijo/a, mueven cielo y tierra para buscar ayuda externa, son etiquetadas como "madres y padres coraje", levantan admiración en mucho de su entorno, pero curiosamente no lo suelen despertar entre los profesionales con los que tratan.

¿Por qué sucede esto? Podríamos dar muchas teorías, explicaciones y explicaciones posibles, pero básicamente diré que buscan mover todo lo que sea ajeno a ellos por su imposibilidad de mover su postura. Vamos, que son muy rígidos/as.

A los psicólogos nos suelen llamar para pedir terapia para sus hijos e hijas, pero también para ellos, ya que debido a ellos han sufrido mucho, se han desgastado y no pueden más. Esta es una situación complicada para nosotros, ya que para poder trabajar necesitamos voluntad de cambio en la persona que acude, y la progenie no parece estar por la labor. Pero como nos movemos en la trinchera con soltura, nos ponemos manos a la obra e iniciamos la terapia con el hijo o la hija de turno. Los padres afirman ser tolerantes, que "con solo que cambiasen un poco sus actitudes nosotros ya nos conformaríamos", que "nosotros sufrimos más por verlo así que por los perjuicios de todo tipo que nos pueda traer", que "queremos que esté bien, que se empiece a labrar un futuro y que alcance unos mínimos", etc, etc, etc.

El hijo, o hija, viene con una actitud desafiante, forjada en "n" discusiones, en escaramuzas dialecticas en las que ha aprendido a leer los flancos del enemigo para sacar partido, y que, en caso de sentirse acorralado salta a la cara para morir matando, como hacen la mayoría de los animales con un mínimo de carácter. Pero, eso se acaba rápido, porque son adolescentes, pero no son imbéciles, y se dan cuanta que pueden sacar mucho provecho de la relación con un adulto que les trata de igual a igual y con respeto, no exento de provaciones para que piensen. Y cambian. Por lo general esos cambios son espectaculares, cambios que superan los mínimos marcados por los "progenitores coraje" y que, el psicólogo, que en el fondo es un iluso, cree que reconocerán, alentarán y ciementarán como un intento de trabajo en equipo.

Pero craso error. A través de llamadas o de visitas por crisis, los padres informan que el hijo o hija ha recaído en algo, y que eso es imperdonable. Que no están dispuestos a tolerar más este tipo de cosas. El psicólogo recoge la crisis, le da un sentido y la sitúa en un contexto, pero los padres dicen que esta es la última oportunidad. El hijo se siente presionado, y la angustia es una excelente guía para una nueva crisis. Y la intolerancia a la frustración de todo el sistema familiar provoca el resto. El hijo dice que la terapia le va bien, que le está sacando provecho, pero los padres, que anteriormente decidieron obligar al hijo a ir a terapia, ahora sentencian un castigo: No permitirán más terapia.

Conclusiones:

1.- El hijo o hija está más frustrado, culpable y desesperanzado que al principio.
2.- Los padres están más rabiosos, desesperanzados, inestables pero más unidos como pareja que al principio.
3.- El psicólogo está agobiado y decide iniciar estudios de terapia familiar sistémica para no volverse a ver atrapado en esto. Además, se siente mal por no haber podido acabar el trabajo que empezó.
4.- Podría poner más, pero creo que es mejor dejarlo a vuestra fecunda imaginación.