jueves, 30 de septiembre de 2010

Un pareja cualquiera


Cuando A se enamoró de B sintió mucha calma en su interior. Pensó que la seguridad que emanaba su presencia, esa sensación de que en todo momento controlaba lo que sucedía, podría contagiársele de manera que ella se sintiera igualmente tranquila y relajada. Así podría salir de ese agujero en el que se encontraba desde hacía meses. La sola presencia de B le hacía ver las cosas de otra manera, pero, sobre todo, le hacía creer más en ella, le hacía pensar que podía conseguir cosas que se propusiese. Era como si B viese en el fonde de su alma cosas que ella no llegaba a sospechar.

B se enamoró de A y sintió una profunda compasión por ella. La veía tan desamparada y sufriente, tan confusa y asustada ante la incertidumbre, que le dedicó toda su atención. Le gustaba esa sensación de ser importante, de ser referente positivo, de agradecimiento, y lo potenció. A se lo agradecía cada día con aquella sonrisa que le daba energías que antes no había conocido.

A aprovechó el punto de apoyo que le brindó B. Y lo hizo muy bien. Comenzó a crecer, comenzó a ver, comenzó a respirar, comenzó a pensar por ella misma, a anhelar un mundo al que antes temía, porque ahora no tenía miedo, ahora confiaba en ella, ahora podía afrontar la incertidumbre mirándola a los ojos sin terror a equivocarse. Era el mejor momento de su vida.

B vió crecer a A. Y le gustó. Cada cambio de ella era un descubrimiento y regalo que disfrutar, que paladear con calma. Pero, siempre hay un pero, hubo un cambio que le comenzó a inquietar, ahora B comenzaba a anhelar más de lo que él había previsto, y en el fondo, él también tenía sus miedos. Él no era perfecto. Pero B no podía saber eso, nunca se lo mostraría, si no, se rompería el hechizo.

A se dió cuenta que B no alimentaba su deseo de vivir y descubrir como lo hacía antes. al principio pensó que había hecho algo mal, que lo había herido de alguna manera, que se había precipitado, lo que sea. Y se reprimió. Pero no por mucho tiempo. Quién puede resistir el agua cuando tiene mucha sed. Pero A parecía cada vez más taciturno, menos seguro, más agobiado.

B no podía gestionar el deseo de vivir de A, y menos teniendo que lidiar con sus propios miedos y permitir que A se diese cuenta de que él no era tanto como ella había llegado a creer. Cada día se le hacía más pesado, más difícil. Ahora intentaba prevenir el miedo, pero lo veía allá donde posaba su mirada, siempre había posibilidades de sufrimiento donde antes veía posibilidades de esperanza.

A se dio cuenta que B estaba en el mismo agujero que estaba ella cuando se conocieron. Si a ella le fue bien la ayuda de B para salir de su agujero, ella podría hacer lo mismo.

B asistió con horror al cambio de A. Ahora ella era más fuerte que él. Más segura. Se sintió inferior, muy pequeño a su lado. ¿Qué había pasado? Ahora lo entendía, ella había crecido tanto que le había tapado la luz. Así él no podía crecer. Las relaciones ha de ser paritarias, por tanto ella debía bajar para que pudieran crecer juntos.

A no lo podía soportar. ¡B quería rebajarla! Era una pesadilla. La única persona que le había prestado verdadera ayuda, que había confiado en ella, que le había animado a crecer, ahora la desestabilizaba. Pero lo peor es que B no lo reconocía. Le decía que eran imaginaciones de ella, que el hecho de que ella pensase eso le parecía un insulto. La culpa la inundó y la confundió. Sintió que la sólida base sobre la que había construido su realidad, se inestabilizaba, y cayó.

B vió caer a A. Al principio se sintió mejor, la presión de A disminuyó. Pero luego, luego fue horrible. Creció la presión interior. La CULPA. No podía soportar la mirada de A. Mirada de incomprensión, cargada de tristeza. Y se refugió aún más.

A y B deambulan juntos, pero no unidos. No se comunican. No se creen. Viven de un recuerdo que les duele recordar y afrontan un futuro al que no ven posibilidades. Pero no saben qué hacer.

¿Qué pueden hacer?