jueves, 18 de noviembre de 2010

El balancín del caballo ganador

Es un hecho que los hijos dependen de los padres, y cuanto más pequeños son más evidente es esta dependencia. La cosa puede parecer obvia por motivos de seguridad, alimentación y formación ante lo que la vida, pero hay una parte de dependencia emocional que no es tan obvia, y que los hijos saben que está ahí pero que en la mayoría de casos no son capaces de expresar. Y cuanto más pequeños son más incapaces se muestran en la expresión por no dominar el lenguaje. Pero que no dominen el lenguaje no quiere decir que no dominen la comunicación no verbal. Es más, son auténticos expertos en el análisis de las caras de sus padres, detectando pequeños matices que a los demás se nos escapan, pero que para ellos son vitales para su supervivencia.
Esto se ve claramente en los niños maltratados, en mi caso profesional en los adultos que fueron niños maltratados, que explican a través de qué sutilezas podían predecir si habría una paliza esa noche o no. Por ejemplo, una mujer me explicaba que sabía si habría peligro esa noche en función del ruido que hacía la llave al entrar en la cerradura de la puerta cuando llegaba su padre. Ella podía deducir, desde el otro lado del piso y con algunas puertas cerradas, si su padre llegaba habiendo bebido alcohol, otra vez el alcohol ¿eh?, o no.
Estos son los casos evidentes, existen muchos que resultan más llamativos. Como cuando los padres van al psicólogo por un problema de pareja y afirman que han conseguido que el hijo no se dé cuenta de nada. Luego miras los dibujos que ha hecho el niño en la sala de espera y te das cuenta de lo ciegos que están los padres ante el dolor de su hijo. En otros casos es curioso como los hijos, e hijas, expresan aquello que los padres no se atreven a decir, ya sea por miedo o por deseo, y que cuando el niño lo dice los padres se quedan estupefactos, anodadados. Lo triste de la historia es que los padres elaboran complejas y estúpidas historias y teorías sobre como el niño ha llegado a esa conclusión, o intentan borrarle la idea de la cabeza como si esta fuese una vulgar pizarra y no una precisa maquinaria de análisis familiar. En cualquier caso, los intentos de los padres sólo consiguen reafirmar al hijo.
Un ejemplo muy acertado de este tipo de situaciones lo podemos encontrar en el cuento de D. H. Lawrence "El ganador del caballo balancín". Os hago un mini resumen:

Una madre no puede encontrar alegría en la vida ni en sus hijos. Los amigos y vecinos no hacen más que hablar admirativamente de cómo educa y trata a sus hijos, pero ella se siente fría por dentro, y los hijos lo saben. El problema radica en que esta mujer tiene un deseo que la obsesiona. Es un deseo simple. Si tuviera mucho dinero sería feliz. Este deseo impregna las paredes de la casa, allá donde los hijos miran pueden ver el deseo de la madre por tener más dinero como condición para ser más feliz. Por tanto, estos hijos, que son como esponjas, se impregnan del deseo de la madre. Paul es uno de los hijos, y tiene la idea de que si consigue suficiente dienro para su madre esta será feliz y podrá amarle como el desea ser amado. Paul, con ayuda del jardinero empieza a ganar dinero apostando en las carreras de caballos. ¿Cómo lo hace? Paul descubre que si monta sobre su caballo balancín el suficiente tiempo se le ocurre el nombre del caballo ganador de la carrera. Por lo tanto, cabalga y cabalga sobre su caballo balancín, ganando mucho dinero en las apuestas, pero volviéndose un niño frenético. Paul le da el dinero a su tío, que se lo pasa a su madre sin saber que es su hijo quien le está consiguiendo ese dinero que tanto desea. Pero, por mucho dinero que Paul gane en las apuestas nunca es suficiente para que la madre sea feliz, y que a su vez le ame, ya que siempre se puede ganar más dinero, porque "mucho" es un adjetivo de cantidad indefinido. De tanto cabalgar freneticamente en su balancín paul se agota, enferma y muere.

Algunos niños no sólo interpretan los deseos de los padres, algunos están incluso dispuestos a sacrificarse por la felicidad de sus padres. Enferman psicosomaticamente (ansiedad, hiperactividad,...) adquieren responsabilidades que no les tocan (ahora eres tú el hombre de la casa...) o soportan la presión del triunfo que sus padres fueron incapaces de conseguir (niños modelo, futuros futbolistas de éxito...) o simplemente siendo sometidos a la tortura de la comparación despreciativa (no eres tan listo como tus primos, o tu hermano...)

Pero luego los padres afirman que el problema es el hijo, que en casa todo está bien...

imagen tomada de www.bebegadgets.com