lunes, 13 de diciembre de 2010

La Casa de Dios

- ¿Qué te pasa? - preguntó Grasas
- No sé si podré aguantar tener que estar siempre pensando qué hacer por esas mujeres de mi ambulatorio.
- ¿Hacer? ¿Quieres decir que intentas hacer algo?
- Pues claro, ¿tú no?
- Yo casi nunca. En mi ambulatorio hago todo lo posible por no hacer nada. Espera, no entres todavía - dijo y me apartó hacia un lado hasta que quedamos ocultos tras la puerta -. ¿Ves toda esa gente de ahí dentro?
Miré. En la sala de espera había un montón de gente, un grupo heterogéneo que parecía un bar mitzbah en las Naciones Unidas.
- Mis pacientes ambulatorios, ahí los tienes. No hago nada "médico" por ellos, y me quieren. ¿Sabes cuánta bebida y comida, cuántas cosas caprichosas me trae esa gente como regalo de Hanuka y de Navidad? Y todo porque no hago absolutamente nada por ellos en el terreno médico.
- ¿Me estás diciendo otra vez que la curación es peor que la enfermedad?
- No. Te estoy diciendo que la curación es la enfermedad. La mayor fuente de enfermedades en este mundo es la enfermedad del propio médico: su compulsión por tratar de curar y su equivocada creencia de que puede hacerlo. No es tan fácil no hacer nada, ahora que la sociedad le dice a todo el mundo que su cuerpo está lleno de imperfecciones y a punto de autodestruirse. La gente tiene miedo de hallarse al borde de la muerte todo el tiempo, y piensa que lo mejor es ir a hacerse inmediatamente su "chequeo médico rutinario". ¡Chequeo médico! ¿Cuánto has aprendido tú de los chequeos médicos?
- No demasíado - dije, mientras caía en la cuenta de que tenía razón.
- Pues claro que no. La gente quiere tener una salud perfecta. Se trata de un deseo absolutamente nuevo que procede de los publicitarios de Madison Avenue. Es tarea nuestra decirle que la salud imperfecta es y siempre ha sido la salud perfecta, y que la mayoría de cosas que funcionan mal en su cuerpo no las podemos remediar nosotros. Así que puede que hagamos diagnósticos, ¡qué gran hazaña!, pero raras veces curamos.
- Sobre eso no puedo decir nada.
- ¿Qué quieres decir? ¿Es que has curado a alguien? ¿En seis meses?
- Una remisión.
- Fabuloso. Nos curamos a nosotros mismos, eso es todo. Bueno, vámonos. Vas a perderme de vista en ese gentío, Basch, así que FELIZ NAVIDAD, y mucho cuidado con dónde metes el dedo la próxima vez.
Perplejo una vez más, y sintiendo que me había "sacudido" el cerebro como solía hacer normalmente y que lo más probable era que tuviera razón, me quedé allí unos instantes viendo como se acercaba a sus pacientes. Éstos, al ver a Grasas se pusieron a lanzar gritos de gozo y lo envolvieron por completo. Muchos de ellos llevaban viniendo a verle todas las semanas durante año y medio, y casi todos se conocían entre ellos. Formaban una gran familia , una familia feliz con aquel médico gordo por cabeza. Se cruzaron las sonrisas, se entregaron los regalos, y Grasas se sentó en medio de su gente y disfrutó de la situación. De cuando en cuando sentaba a un chiquillo en sus rodillas y le preguntaba qué quería para Navidad. Me sentí conmovido. He aquí, pensé, lo que podía ser la medicina: algo humano para los humanos. Como todos nuestros maltrechos sueños. Entristecido, entré en mi despacho, como un niño no invitado a jugar en la casa del Gordo.

Samuel Shem. "La casa de Dios" Edit. Anagrama. Paginas 235-237.

Este párrafo me recuerda una de las célebres líneas de diálogo de House:

House - ¿Qué prefieres un médico que te coja de la mano o uno que te cure?
Wilson - Prefiero un médico que me cure mientras me coja de la mano.