lunes, 14 de noviembre de 2011

La tía dura y el tío sensible

La tía dura siempre tuvo que luchar para salir adelante, para sobrevivir e incluso para malvivir. Aprendió, con mucho dolor, que cuando se podía permitir situarse como victima, cuando creía que podía descansar, llegaba cualquier conquistador y, sin esfuerzo aparente, superaba las defensas que tanto esfuerzo le había costado levantar y arrasaba la identidad que tanto había intentado proteger.
De esta manera creyó aprender que lo que tenía que hacer es dar el primer golpe ante la más mínima amenaza, y de esta manera consiguió que su compañera fuese la soledad.
El tío sensible paseó su alma romántica por las cercanías de donde vivía para acabar descubriendo que no era ese el tipo de amor que se apreciaba por allí. De paso descubrió también que no hay mayor sufrimiento que aquel ocasionado por haberse regalado sin demanda y acabar descurbiendo que si eres gratis no se te otorgará ningún valor, al menos hasta que desaparezcas.
Así que se encerró en sí mismo y no quiso disfrutar de más compañía que la de su imaginación. Y soñó.
El encuentro entre dos seres no fue fácil aunque sí fortuito. Aparentemente cada uno colmaría las necesidades del otro, pero sólo para descubrir que el vacío seguía ahi, dentro de cada uno.
Y se decepcionaron, el uno a la otra y a la inversa.Y se frustraron mutúamente, ensuciando la relación de rencor, sufriendo ambos la agonía de este veneno de la forma que más les dolía, pero como n inguno estaba dispuesto a seguir sufriendo sin motivo una vez más, tuvieron que tomar una decisión.
Hemos de decir que ante el miedo que provoca la incertidumbre los dos se mostraron valientes: uno para realizar un cambio, que se convirtió en un punto de apoyo que sirvió para cambiar la dinámica y el otro decidió aprovecharlo.
Podríamos empeñarnos en saber quién dió el primer paso. ¿Quién cedió? Pero ellos no parecen interesados en desvelarnos este secreto, parecen más interesados en disfrutar de un futuro lleno de posibilidades que en un futuro lleno de rencores.
La pregunta que nos queda por hacernos a los demás es ¿Por qué no hacemos nosotros lo mismo?