lunes, 12 de diciembre de 2016

Estrés postvocacional

Nacemos. Crecemos un poco. Nos llevan a la escuela. Nos obligan a escoger en lo que deseamos formarnos para trabajar hasta que nos jubilamos (si hay suerte) y después nos dejamos fluir hasta la muerte con la dulce complacencia de que hemos hecho lo que socialmente se esperaba.

En algunos casos había insatisfacción, en otros algo de incomodidad y puede que hasta resignación. Pero hasta hace poco eran escasas las personas que no se sentían con la trayectoria laboral que habían realizado hasta la muerte. La mayoría afirmaban con orgullo haber pertenecido a la misma empresa desde el inicio. Incluso decían haber iniciado como aprendices y haber llegado a director general (!!). Pero la mayoría hablaban con cierto cariño de su trabajo.

Pero, ¿eso mismo ocurre hoy día?

Hoy día seguimos el mismo trayecto, el que he descrito al comienzo, pero con una peculiaridad. Estamos saturados de información inútil. Y digo inútil por no decir falsa. Bueno, ya que lo he dicho, FALSA. Nos mienten. Hoy día un adolescente ha de decidir a que se quiere dedicar a los 16 años, cuando ha de escoger qué rama del bachillerato desea (¡JA!) estudiar, o qué CFGM desea estudiar. Esta simple decisión ya restringe posibilidades de elección futuras. Luego escogen carrera. Bueno, la nota media obtenida con la selectividad indica a qué carrera puedes aspirar.



Hasta este punto las personas de 17-18 años conservan en su mayoría intacta su ilusión. Quienes han conseguido entrar en la carrera que deseaban, están satisfechas de sí mismas. Pero el tramo final es el definitivo. Los grados universitarios están diseñados según el modelo darwiniano, no para aquellas personas con más ilusión si no para aquellas personas con más capacidad de tolerancia a la frustración o bajas expectativas. Por ejemplo, en psicología, la mayoría de los profesores de la carrera no han ejercido como psicólogos fuera del ámbito universitario. Aún así, pontifican continuamente sobre como es la realidad profesional de los psicólogos. ¿Os lo imagináis? Pues yo lo he vivido. Y lo que es peor, los actuales alumnos de las carreras universitarias lo están viviendo.

Y así, llegamos la obtención del título (grado o master) y la persona que empezó su trayectoria académica con 3-4 años se encuentra a los 23-24 con el mercado laboral.

Y aquí es donde llega la tragedia. Toda la información acumulada (mayormente mentiras, recordémoslo) colisionan con la realidad profesional. Entonces, ante la invalidación que supone la evidencia de que la realidad no se corresponde con lo que uno creía, que no ha llegado al paraíso profesional, aparecen toda una serie de síntomas que pueden ser de diferente intensidad, y que van desde la ansiedad y el bloqueo cognitivo hasta la apatía y desesperanza.

Poco se puede hacer a estas alturas. Trabajar sobre las expectativas rebajándolas, flexibilizar creencias, apoyar en la toma de decisiones nuevas y, en muchos casos, arriesgadas. Pero hay quien no lo supera y se deja languidecer toda su vida profesional, que no olvidemos que es la mayor parte de la vida biológica...

Hablamos mucho del síndrome postvacacional, pero hablamos muy poco del síndrome postvocacional. Sólo hay una vocal de diferencia, pero es una diferencia muy significativa, ¿no creéis?