
Había un experimento en psicología conductista que consistía en entrenar a una rata a que apretase una palanca. Cada vez que lo hacía, de un agujero le caía una bolita de queso. Se cambiaban todas las condiciones posibles y se estudiaba mucho.
La anécdota pasa por un investigador de doctorado que reservó el laboratorio en fin de semana. El tema es que no se percató que no tenía suficientes bolitas de queso para todo el fin de semana. Cuando se dio cuenta, y no pudiendo interrumpir el experimento, tomó una decisión muy coherente con el espíritu científico: dar las bolitas de recompensa de manera aleatoria, a veces sí y a veces no. De esta forma no se agotarían. Desde luego, si él no decía nada, ¿quién se iba a enterar?
Pero no pudo ocultar su hallazgo, y no es que se fuese de la lengua o que le viese alguien, no, sino que la culpa fue... ¡de las ratas!
¿Y por qué? Muy sencillo. Pongamos que anteriormente la rata apretaba diez veces la palanca, y obtenía diez bolitas; ahora, apretaba más de cien, y con el refuerzo aleatorio obtenía menos que antes.
Desde luego era un hecho tan extraño que no se podía ocultar. De aquí se abrió una nueva línea de investigación que supongo habrá dado muchos frutos.
Pero tal vez lo más interesante sea el análisis del comportamiento de la rata. El hecho de no saber cuando se le iba a otorgar el premio disparaba su ansiedad. De forma que no le quedaba más remedio que apretar más. Es como si intentase adivinar cuando recibiría el premio.

Pero si lo extrapolamos a cualquier tipo de adicción, veremos muchas más semejanzas y seguramente más hirientes.
Tal vez lo más triste de todo esto es que, si la anécdota es cierta, la rata al menos obtenía comida, y no le costaba dinero...