- Hay una cosa que me gustaría hablar contigo.
- Dime
- Mira, ocurrió hace un par de semanas y no me gustó algo que dijiste y desde entonces tengo ganas de hablarlo contigo y aclararlo. Le he estado dando vueltas durante estas dos semanas porque te tengo mucho aprecio y no me gustaría que hubiese malentendidos entre tú y yo.
- Ya.
- ¿No tienes nada que decir?
- Pues ahora mismo no - acerté a decir - sólo que creo que eres terriblemente injusta conmigo.
- ¿Yo? Te he explicado lo que pasó y mis buenas intenciones, ¿y te parezco injusta?
- Sí. Muy injusta. Casi te podría decir que egoísta.
- ¿Por qué?
- Porque tú no tienes problemas en reconocer que te has permitido el lujo de tomarte dos semanas para pensar con calma como abordar el tema conmigo y a mi me pides que sólo me tome unos segundos. Como si a mi no me importase nuestra amistad. ¿No crees que me merezco valorar mi respuesta? Casi debería pedirte dos semanas para tener las mismas oportunidades que tú de valorar todo lo que desee.
Evidentemente le acabé pidiendo unos minutos para pensar una respuesta. Mientras, hablamos de otras cosas que no ponían en riesgo nuestra amistad. En ese tiempo que me tomé para pensar, pude recordar detalles que para ella no fueron significativos y que dieron un matiz diferente al "conflicto" que teníamos.
Esta es una situación anecdótica y un punto trivial, pero, ¿cuántas veces se nos pide que contestemos sin pensar? ¿Y con qué intereses, los míos o los del otro? Si yo no defiendo mis intereses, ¿Quién lo hará?
¿Por qué hemos de contestar a los demás rápido, sin valorar las posibles respuestas en función de nuestra conveniencia? ¿Acaso no vamos a asumir las consecuencias de lo que digamos o de lo que no digamos?
Parece que lo inteligente es ser reactivo, rápido, tener respuesta para todo en todo momento. Pero claro, eso no es pensar, eso sólo es reordenar prejuicios y enviarlos a la boca. Eso es hablar sin pensar, y los que lo hacen bien son muy seductores, pero los que deseamos aprender a pensar tenemos la obligación moral de hacer respetar nuestros tiempos. A menos que queramos vivir como pollos sin cabeza...