Hay personas que buscan disfrutar de la vida y hay quien busca merecerla. Ella era de este último grupo. Atesoraba en un pequeño rincón de su existencia todos los recuerdos valiosos que ella vivió como premios a su incansable esfuerzo.
De pequeña soñó con salir de su realidad mediocre y conseguir explorar el mundo. Y lo consiguió. ¿El precio? Poco importó, el valor de lo conseguido superaba con creces todo lo que ella llegase a sacrificar, y lo admitía con orgullo, porque ella se consideraba una guerrera.
En su nueva realidad ella era independiente, autónoma, pero sobre todo, se consideraba consciente.
Consciente de quien era, quien había sido y quién deseaba llegar a ser.
Consciente del precio que tiene conseguir aquello que se considera valioso, que no es necesariamente lo caro.
Consciente de lo afortunada que había sido en su vida, ya que a pesar del esfuerzo, y del sacrificio, ella no perdía de vista los golpes de suerte que le había ayudad a crecer.
De lo que no era consciente es de que la suerte sólo favorece a quienes estás dispuestos a aprovecharla, y ella siempre lo estuvo.
Esta inconsciencia la sesgaba, consideraba que ella debía, por equilibrio kármico, ayudar a quien lo necesitase, esforzándose, por supuesto. Y esta decisión, sesgada, era la que más recompensas y dolor le había causado en vida. Ella dice que las recompensas, por pequeñas que resulten, compensan las frustraciones. Lo dice, pero cada día lo cree menos, porque ha empezado a saber que el dolor necesita energía para ser curado, y esa energía se la resta al esfuerzo de su día a día...
Y cada vez está más cansada,
y cada vez está más frustrada,
y cada vez está menos satisfecha,
y cada vez está menos feliz.
¿Cómo podríamos ayudar a Ella?