miércoles, 16 de febrero de 2022

El libro de mis sueños

Hace mucho tiempo, cuando yo era un terapeuta joven, si es que en alguna ocasión lo llegué a ser, tuve el placer de atender a María, una mujer de mediana edad que había tenido que salir huyendo de su barrio de toda la vida después de denunciar los malos tratos de su marido y de que este y gran parte de su extensa familia le amenazarán de muerte.

En realidad fue una terapia breve, bastante breve, pero fue gracias a ella...

Económicamente no estaba en su mejor momento, de forma que sólo podíamos vernos una vez al mes, y esas sesiones se centraban básicamente en desahogarse emocionalmente de todo lo ocurrido. Cuando estábamos finalizando la segunda sesión, empezó a preocuparme la posibilidad de que nos pasásemos todo el tiempo haciendo lo mismo, reviviendo los traumas y no progresando significativamente, con el riesgo de convertir la terapia en un factor homeostático que no le permitiese avanzar...

Así que recurrí a una de esas opciones que siempre tenemos en la manga: escribir una carta a su ex marido.

- De lo que se trata es de escribirle una carta a José, a mano, una carta en la que le expliques todo aquello que necesites decirle. Luego, lo que hayas escrito lo introduces en un sobre, le pones un sello y en la siguiente sesión decidimos qué ritual hacer (en aquella época estaba muy de moda eso de los rituales en terapia, y yo era joven)

Y así acabamos esa segunda sesión. Al venir a la tercera me di cuenta, nada más abrirle la puerta de la consulta, que a María le había pasado algo. Algo bueno. Y ella me lo confirmó:

- Hace mucho tiempo que no me sentía tan bien, tan relajada.

- ¿Qué ha pasado?

- La carta. Escribí la carta que me dijiste y, aunque al principio fue arrasador, a medida que la escribía me iba sintiendo mucho mejor, más liberada, más en paz conmigo misma. Empecé a escribirla al día siguiente de nuestra sesión y no la acabé hasta hace una semana... Tenía mucha porquería que sacar - me dijo riendo - Y desde entonces duermo mejor, fíjate.

Os podéis imaginar el orgullo terapéutico que recorría mi venas, me debí de inflar como un pavo, como un pavo real. Una indicación mía había provocado un cambio positivo en alguien que sufría. Pero ahora venía la segunda parte de la intervención, EL RITUAL.

- Bueno, ahora llega la parte en la que hemos de cerrar todo esto. Con la carta que has escrito, en un sobre, tenemos que ver qué ritual hacemos para poder pasar pagina...

- No voy a poder hacer ningún ritual.

- ¿Por qué? - Os podéis imaginar mi cara de extrañeza -

- Porque se la he enviado.

Creo recordar que perdí los papeles y acompañe mi sorpresa sobre alguna valoración inapropiada sobre su estado mental, sobre su capacidad de razonar, y a saber qué mas. Yo ya me veía responsable de la muerte de esta mujer cuando el descerebrado de su marido la encontrase mediante las averiguaciones que fuese capaz de hacer mediante el matasellos o veta a saber qué. Pero, para mi sorpresa, María me observaba tranquila, y me decía que me estaba precipitando, que me tenía que tranquilizar... El mundo al revés, la paciente pidiendo al terapeuta que se tranquilice...

- No creo que me pueda encontrar por el matasellos - dijo riendo.

- ¿No? ¿Cómo que no?

- A ver, yo metí la carta en el sobre, le puse un sello y escribí su nombre en la parte delantera y el mío en el remite...

- ¿No pusiste la dirección?

- No, ¡qué va! ¿Para qué?

- ¡Entonces no le llegará nunca! - ningún ansiolítico podría haber hecho un efecto más rápido en mi que esas palabras que en ese momento me sonaron a gloria...

- Eso no es cosa mía. Eso es cosa del destino, ¿no crees? Hace poco vi una noticia en la que explicaban que a Camilo José Cela le llegó una carta en la que en la dirección sólo habían escrito "Don Camilo". Así que si a él le llegó, ¿por qué a José no le puede ocurrir lo mismo? Lo importante - recalcó - es la enorme tranquilidad que yo sentí al depositar el sobre en el buzón de correos. Desde que lo envié siento que soy otra persona...

Y después me dijo que no creía necesitar más mis servicios pero que como tenía mi teléfono, me llamaría en caso de necesitarlos. Y no he vuelto a saber de ella.

Desde entonces he seguido pidiendo a la gente que viene a terapia que escriba cartas de este tipo a personas con las que necesitan saldar cuentas pendientes, o decirles algo que nunca les dijeron o que no se atreven a decir en persona. 

Y a todas les pido que hagan como María, que la manden con el nombre de pila de la persona en cuestión en el sobre, y un sello. Esto es muy importante. Es una carta que hay que pagar por mandarla. Y como es una carta que gestiona correos, fantaseo con la idea de que todas las cartas que durante todos estos años han escrito muchas personas por indicación mía, llegan a un funcionario de correo que las tiene guardadas en una carpeta especial, y fantaseo que algún día se decida a publicar un libro con todas ellas...

Si eres ese funcionario, por favor, hazlo.