Sólo se necesita una rana y dos ollas llenas de agua. Tomaremos la primera olla y la pondremos al fuego. Cuando rompa a hervir echamos la rana dentro del agua. La rana notará de golpe la alta temperatura del agua y saltará fuera (reacción refleja por instinto de supervivencia). Seguramente se escaldará un poco pero sobrevivirá.
La segunda fase del experimento consiste en agarrar la otra olla con agua a temperatura ambiente y colocar la rana dentro. Como notará que la temperatura es adecuada, se quedará dentro. Entonces ponemos la olla a fuego muy lento, con la intensidad mínima que nos permita la cocina, y nos sentamos comódamente a ver qué ocurre.
Y lo que ocurre es nada. La rana no apreciará cambios significativos en la temperatura del agua y tolerará el aumento progresivo, hasta que llegue el punto en que su organismo se colapsará y morirá. Conseguiremos una rana hervida.
A partir de aquí podemos extraer diversas conclusiones, en función de las diferentes situaciones personales en la que nos hallemos. Pero parece evidente que es más difícil reaccionar ante situaciones estrategicamente lentas (de acoso y derribo) que a situaciones de alta tensión puntual que nos provocan una reacción de rechazo inmediato.
¿Por qué voy a reaccionar ahora si no lo he hecho antes? Realmente puedo aguantar un poco más, ya que en realidad yo controlo la situación... Seguramente estas podrían ser las respuestas que nos daría la rana, justo antes de quedar cocida.