- La verdad es que no sé qué hacer. Podías darme alguna pista, ¿no?
- Me parece que más que una pista lo que tú me pides es que decida por ti, y eso no va a pasar.
- ¿Por qué no? Eres psicólogo, sabes más que yo, y creo que esa debería ser tu obligación.
- ¿Mi obligación? ¿Tomar decisiones sobre tu vida? Estaría bien tomar decisiones imortantes cuyas consecuencias no recaigan sobre mi. Pero el código ético me lo impide.
- Creo que te estás escaqueando.
- Hay un chiste que explica perfectamente lo que hace y lo que no hace un psicólogo.
Había una vez un psicólogo que se fue a pasar un año sabático a una granja por sufrir estrés. Pagó el año por adelantado al dueño de la granja, que era explotaba tierras y animales. Después de un mes de vida contemplativa se empezó a aburrir, de manera que al final le pidió al granjero que le encomendase alguna tarea que pudiese realizar. El granjero no entendió nada, pero cuando el psicólogo le dijo que no pensaba cobrar, que sólo lo quería para distraerse, se le ocurrió darle un trabajo engorroso, llevándolo ante un montón de estiércol de más 50 metros de altura.
- Mire, tengo que trasladar este montón de abono a aquel solar que hay a 300 metros, pero sólo podrá utilizar esta pala para llevarlo, ya que el tractor y el remolque los estoy utilizando. Si quiere, aquí tiene trabajo para dos o tres meses.
El psicólogo aceptó, y cada mañana se levantaba temprano, y cuando volvía al anochecer, estaba sucio de estiércol y sudor, pero sonreía y tarareaba canciones. A las dos semanas se plantó ante el granjero para notificarle que ya había acabado. Estupefacto vio que sí, y más atónito se quedó cuando el psicólogo le pidió otra tarea.
Esta vez le llevó a una nave industrial, inmensa, y que estaba llena de gallinas.
- Necesito deshacerme de estas gallinas, hay miles y siguen poniendo huevos, y el comprador sólo las acepta si se las mata por el método tradicional, romperles el cuello, con esto tendrá trabajo para varias semanas, seguro.
El psicólogo aceptó, y siguió con su rutina de madrugar y volver por la tarde, volvía lleno de arañazos, sudado y con plumas, pero feliz, tarareando sus cancioncillas. A los diez días se plantó ante el granjero para notificarle que ya había acabado. Éste quedó asombrado, y viendo el potencial de tener un trabajador incansable gratuito, decidió darle un trabajo más urgente.
Le llevó a otra nave industrial, inmensa como la anterior, que estaba llena de patatas.
- Necesito vender estas patatas urgentemente, como mucho en el plazo de dos semanas, pero el comprador sólo lo hará si le vendo por separado patatas grandes de patatas pequeñas. Viendo al ritmo que usted trabaja, no tardará ni diez días.
El psicólogo aceptó. Volvió a iniciar su rutina, pero ahora volvía limpio y ya no tatareaba, y un cierto rictus de preocupación se notaba en su rostro.
El granjero notó estos cambios y se preocupó, y a pasada una semana decidió acercarse a ver cómo iba todo.
Su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que el montón de patatas seguía intacto, y que sentado en un banco estaba el psicólogo contemplando pensativo una patata que tenía en su mano, mientras en el suelo había un pequeño montón de patatas grandes y otro de patatas pequeñas. La cercanía del día de venta provocó que el granjero se alterase y le dijese al psicólogo qué estaba haciendo, o mejor, por qué no estaba haciendo aquello a lo que se había comprometido.
El psicólogo le miró tranquilamente, sin alterarse y le respondió.
- Supongo que es una limitación de mi profesión, yo soy psicólogo, ¿sabe usted?
- ¡Y qué! ¿Eso le limita para realizar tareas sencillas?
- No, mire, deje que me explique. Los psicólogos no tenemos problemas en remover la mierda, y creo que se lo he demostrado con el estiércol, ni en retorcer pescuezos, como le he demostrado con las gallinas, ¡pero no vea usted lo que nos cuesta tomar decisiones!