lunes, 2 de julio de 2018

Los vigilantes del parque

Este país tiene contraída desde hace mucho tiempo una enorme deuda con los miles de jóvenes que, de manera totalmente desinteresada, están realizando la encomiable, y nunca suficientemente reconocida, tarea de vigilar los parques y plazas públicas.

No podemos seguir negando la evidencia de que allí donde no llega al policía, confiamos en que ellos, gracias a su enorme espíritu de sacrificio y continúa presencia, nos hagan sentir seguros.

Es posible que algunas de vosotras, almas egoístas, os estéis preguntando: ¿Qué sacrificio hacen que sea tan encomiable a la par que necesario como para que yo les esté agradecida? Tal vez tu análisis sea muy diferente del mío y pienses que esos son unos vagos que no hacen nada, sólo fumar porros y chuparles la energía a sus padres como paso previo a chapar del bote con ayudas sociales...

¡Pero eso es porque no podéis ver más allá de vuestros ojos! Mientras miles de adolescentes mucho más egoístas y con menos conciencia social viven centrados en estudiar y labrarse un futuro, y algunos hasta trabajan, todos los que deciden quedarse a vigilar parques públicos renuncian a cualquier posibilidad de crecimiento personal, a cualquier posibilidad de estabilidad económica futura, a cualquier ambición que no sea la del cortoplacismo más radical. Algunos hasta se plantean seriamente quedarse a vivir con sus padres de por vida para asegurarse de que estén bien cuidados en su propia casa cuando éstos sean ancianos.

¿Y qué reciben ellos a cambio? DESPRECIO. 

Nuestra sociedad no les reconoce el esfuerzo. Se limita a insultarlos, a llamarle porreros. Y pedir que se les multe. Facilitando la tensión en sus familias y castigando su esfuerzo en vez de recompensarlos. Y todo por un detalle insignificante: fuman porros.

¿Nos preguntamos acaso por qué acaban fumando porros estos jóvenes (y no tan jovenes)? O mejor aún, ¿para qué fuman porros? 

Fuma porros para poder aguantar los días y noches frías de inviernos y los calores insoportables del verano. Es el único aliciente, la única distracción que les puede compensar la pérdida de la ilusión que miles de los otros jóvenes (egoístas) sí que disfrutan. 

Sólo cuando seamos capaces de reconocer el sufrimiento de estos abnegados jóvenes tal vez podamos conseguir un cambio real en sus vidas y que sean más egoístas. Como el resto de los jóvenes...