"Te mueves al azar como el gato de Skinner". Esta es una de esas frases que repito con frecuencia, supongo que porque me resulta tremendamente gráfica de un determinado patrón de comportamiento.
Skinner era un psicólogo conductista que encerraba animales en una caja que se abría ejerciendo presión, solamente, sobre una determinada palanca. Evidentemente, la primera ocasión en que encerraba al gato (durante la carrera, me explicaron este experimento con un gato, pero no sé si fue con otro animal) éste no sabía como salir, de forma que mostraba un comportamiento caótico hasta que accidentalmente presionaba el lugar correcto y podía salir. Después de varias pruebas el animal sabía dónde tenía que ejercer presión y salía con facilidad.
Este comportamiento caótico del que no sabe qué hacer para solucionar una situación lo podemos observar cada día a nuestro alrededor sin buscar mucho, y responde a dos subtipos de personas.
En el primer grupo se encuentran aquellas que se dejan llevar por la ansiedad, el pánico, la angustia, etc, no tienen una planificación determinada para afrontar la crisis, o la han perdido, y sólo piensan en salir de la situación de cualquier manera lo más rápido posible. Pueden salirse con la suya, y generalmente y afortunadamente lo hacen, pero cuando les preguntas qué les llevó a tomar determinadas decisiones, no saben qué responder. Y, desde luego, si no saben lo que buscan...
Pero pueden aprender, puesto que la ansiedad genera la incomodidad que es tan necesaria para hacer evidente la urgencia de un cambio.
En el segundo grupo encontramos a gente emocionalmente más fría e infantil. El comportamiento de estas personas es aparentemente igualmente caótico, pero se rige por una estrategia mínimamente planificada. Son como los niños pequeños que no quieren papilla, escupen a todas partes para demostrar su enfado, buscando provocar una reacción del otro en la que descargar su rabia. El abanico de acciones hirientes que pueden mostrar es muy amplio, y desde luego no se detienen ante la no respuesta. No conciben esa posibilidad. Su incomodidad se expresa en rabia que incomoda a los otros, por lo que las posibilidades de cambio en ellos son muy limitadas, a ningún plazo. Lamentablemente los que cambian son los receptores de sus rabietas infantiles, fruto de su intolerancia a la frustración y a los límites.
Supongo que estaréis de acuerdo conmigo que el primer grupo ofrece muchas posibilidades relacionales que el segundo, el cual, acostumbra a ser un coleccionista de cadáveres relacionales, y emocionales, y del que conviene alejarse.