En un seminario, Michael Mahoney nos explicó un chiste sobre la división de las personas en grupos "etiquetables":
- Existen dos tipos de personas, los que creen que hay dos tipos de personas y los que no creen que hay dos tipos de personas.
Pero a raíz de las historias de la gente que conozco, tanto en la consulta como en mi vida privada, he llegado a una diferenciación propia, un poco simplona si queréis, pero que me ha sido muy útil, ya que creo que no estigmatiza demasiado.
Toros y toreros.
Los primeros, son aquellas personas que van siempre de cara, con una actitud muy proactiva, que afrontan los problemas con energía y bastante convicción. Siempre quieren solucionar las cosas y ayudar. Por tanto, metafóricamente, embisten los problemas e intentan "cornearlos".
Los segundos, son aquellos que no afrontan los problemas de cara, sino que sacan su capote y proceden a "torearlos" sin hacer nada más, dejando pasar el tiempo sin tomar decisiones relevantes.
Está claro que podemos establecer categorías dentro de cada grupo, por ejemplo, en función de la ganadería del toro, o de la maestría del torero, pero para mí eso no es demasiado significativo.
Lo que sí me parece relevante es cuando se da la relación entre un toro y un torero, porque acaba ocurriendo siempre lo mismo: El toro embiste los problemas. Intenta hacer, ayudar, trabajar, dedica energía y empeño, pero acaba exhausto, frustrado, y malherido, con un torero que le va clavando "banderillas" continuamente, avivando su embiste pero recordándole que no lo está haciendo todavía bien.
Ni que decir tiene que son los toros los que acuden a terapia, porque son conscientes que alguna cosa no funciona. Se sienten cansados y heridos, culpables por no saber hacer las cosas mejor, creyendo que son el motivo de la infelicidad de su entorno más inmediato.
Los toreros, desde luego, no irán nunca a terapia; eso para los débiles. Son tonterías de manual de autoayuda, y sólo aceptan que vaya el toro para que sepa ser mejor toro, pero ellos viven deslumbrados por los reflejos de su traje de luces, y no ven nada más allá.
¿Qué pasa cuando el toro hace un proceso de terapia que le resulta útil?
Pues que se da cuenta que el coso es más grande que la porción donde está el torero, y generalmente decide cornear en sitios más productivos. Eso en los peores casos, porque la mayoría deciden que no vinieron a este mundo para morir en una plaza pública, y se van al campo, que es un sitio más interesante para explorar, que el simple capote rojo de un torero.
Y cuando esto ocurre, el torero se queda solo en medio de la plaza. Y ¿cómo puede brillar el torero sin un toro que torear? Las maldiciones retumban en un plaza que siempre se queda vacía... ¿Qué sentido tiene alguien solo, con un ridículo traje dorado?