Si nos paramos a pensar un poco en lo que ocurre a nuestro alrededor nos daremos cuenta que vivimos en una sociedad justificativa. La justificación nace de la necesidad de defenderse, de no sentirse culpable, de tirar balones fuera, de no asumir responsabilidades y sobre todo del porque sí. Muchos de los problemas que tenemos en nuestro día a día nacen de esto, ya no sabemos motivar nuestros actos ni nuestras intenciones, y construimos una estrategia defensiva que nos confunde al comienzo, y acaba por aislarnos.
De mi trabajo en el ISPC (escola de mossos), y de las muchas prácticas que he visto en los últimos diez años, me ha quedado una pregunta que muy a menudo hago a los alumnos después de una de sus prácticas y que suele llevar a un diálogo de este tipo:
- ¿Para qué ha hecho esto?
- Porque quería...
- No, no quiero saber el por qué, quiero saber el para qué, ¿que pretendía con esta acción?
- Pues ya se lo estoy diciendo, porque...
- No siga, mire, el para qué sirve para motivar, el porque justifica. De la justificación no se aprende casi nada, de la motivación puede aprenderlo casi todo.
Y la verdad es que no siempre me entienden.
Pero en terapia sí que me entienden, supongo que el contexto no es tan evaluativo y la motivación al cambio ayuda. Parece que cuando aprendemos a plantearnos las preguntas adecuadas, encontramos respuestas más idóneas, y esto nos tranquiliza, nos hace creer que el mundo no es tan caótico.
Pero claro, si no estamos acostumbrados a hacernos estas preguntas frecuentemente, al principio nos costará, y sólo a base de enfrentarnos a la frustración de no saber lo que buscamos...