Hace ya bastante tiempo compré un libro de cuentos "Cuentos para regalar a personas originales" de Enrique Mariscal, con cuentos, anécdotas e historias para reflexionar, y en él aparece un cuento sobre la importancia de dar tiempo a las cosas para sacar conclusiones, ya que siempre estamos a tiempo de precipitarnos. La precipitación produce un efecto túnel que nos dificulta una visión amplia de la realidad.
En cierta ocasión los animales se pusieron de acuerdo en que no debían traicionar la alegría. Por ello sólo gozarían del derecho a vivir aquellas especies que fuesen alegres, las tristes deberían desaparecer.
Para ello todas deberían someterse a un examen definitivo: Hacer reír a la marmota.
El recurso utilizado era explicarle un chiste o una historia divertida. Si se conseguía que la marmota riese, esa especie se había ganado el derecho a vivir.
El primer turno le correspondió a la tortuga, que se esmeró todo lo posible en que la marmota apreciase las evidencias de su anécdota festiva.
Pero la marmota no se rió. Miro de forma impasible, tal vez un poco pensativa, y esto resultó la sentencia de muerte de la tortuga, que se aplicó al instante.
Luego le toco el turno a la liebre, que contó su historia con entusiasmo y confianza. Pero la marmota no se rió. También fue rápidamente ajusticiada. Luego le tocó el turno al pavo, más tarde al oso, después al gallo, la cebra. Todos fracasaron... y todos fueron ajusticiados.
De pronto le tocó el turno a la lechuza. Con voz firme y frases cortas explicó una desternillante historia de enredos. Todos miraron ansiosos a la marmota, que empezó a reír y a reír, no podía parar, y su risa se fue haciendo cada vez más estruendosa, incontenible y contagiosa. Todos los animales se relajaron y rieron, y entre risas el león le preguntó:
- ¿Qué es lo que te ha gustado del cuento de la lechuza?
Y la marmota entre carcajadas contestó:
- No, ¡qué bueno el cuento de la tortuga!
Evidentemente a todos los animales se les cortó la risa de golpe.