La biblia dice: "Honrarás a tu padre y a tu madre", pero nada dice de amarlos. No todos los padres son buenos, ni fáciles de amar. Está mal visto que un hijo afirme no amar a sus padres, pero la realidad es que no todos los padres son "amables". El hecho de ser padre no lo justifica ni lo perdona todo.
Cargamos a los padres con el peso de deber amar a los hijos; y a los hijos con el peso de deber amar a los padres. No hacerlo genera profundos sentimientos de culpa. Pero lo cierto es que el amor no puede ni debe ser un deber, es una tendencia emocional que no se puede forzar. El hecho de ser padre no lleva implícita la prerrogativa de ser amado por los hijos.
El amor a los padres no nace espontáneamente en el momento del nacimiento del hijo sino que es el resultado de cómo este ha sido acogido, de la calidad de la relación y comunicación que se haya establecido, de la coherencia, de la dignidad e integridad y del cariño y ternura recibidos.
No elegimos las emociones ni los sentimientos: Son, en parte, un producto de la evaluación de nuestro pensar, de nuestro juicio sobre nosotros mismos, sobre los demás y la realidad. Nunca elegimos sentir amor, lo sentimos o no. No obstante, podemos escoger cultivar el amor. Amar bien es muy difícil. Parte de un sentimiento, el amor que deberá actualizarse en amar cada día, mediante actos concretos de amor: amor - cuidado, amor - responsabilidad, amor - compromiso, amor - conocimiento, amor - comunicación. Recibir amor no es un derecho sino un regalo gratuito. Si aprendemos a amar bien a nuestros hijos, su amor por nosotros será una consecuencia natural.
Extraído de "Ámame para que me pueda ir" de Jaume Soler y Mª Mercè Conangla, de Amat editorial.
Sólo añadiré aquella frase de Michael Levine que dice "Tener hijos no te convierte en padre o en madre, del mismo modo en que tener un piano no te convierte en pianista"