jueves, 4 de diciembre de 2008

Abandonar la trinchera

Los días 27, 28 y 29 de noviembre tuvo lugar en Castellón un .congreso internacional de terapia familiar que reunió a los más importantes terapeutas familiares, encabezado por Salvador Minuchin. Fueron tres días de trabajo duro, con muchas ponencias, talleres, conferencias y una mesa redonda que juntó a todos los ponentes y que dejó muchas cosas claras.
La primera cosa que se puso en evidencia es que no se puede intentar asumir un protagonismo que no toca cuando tienes delante a gente que te supera tanto en experiencia profesional como personal (sino que se lo pregunten a la coordinadora de la mesa). No se puede (ni se debe) poner límites rigidos a la experiencia ni a la comunicación, sino esta te pasa la mano por la cara.
Segundo. Los profesionales de la psicoterapia (todos, aunque en este caso sólo fuesen los de la rama familiar) tienden a escudarse en sus títulos universitarios, en su discurso hermético para no decir gran cosa (cada vez nos parecemos más a los políticos), y cuando se les pide que rompan estas distancias y que aporten algo de utilidad a la audiencia que ha pagado por verles y que ha venido para irse con alguna cosa que aplicar y que les sea útil, comienzan a divagar reflejando la verdadera mediocridad de su capacidad.
Evidentemente quien propuso todo esto fue Salvador Minuchin, y lo intentó varias veces, pero le hicieron el vacío (qué espectaculo tan lamentable por parte de profesores univertarios de prestigio, la mayoría americanos). Los únicos que se animaron a la propuesta fueron los Drs Peter Berliner y Valentín Escudero, para mi la auténtica inspiración de este congreso, con aportación de ideas frescas y llenas de contenido que facilitaban la reflexión.
Supongo que esto no es un déficit de la terapia familiar, cuántas veces no se han perdido oportunidades de facilitar el crecimiento de los demás por el miedo a abandonar bases seguras, aquello que nos da confianza. Los veía en el estrado rígidos, muy contenidos, y no pude evitar pensar lo mucho que se parecían con esa actitud al chiste del borracho y la farola.
Dicen que de los errores se aprende mucho más que de los aciertos, pero no estoy nada seguro que estos grandes pensadores (a excepción de los mencionados) se haya dado cuenta de nada, sólo debieron ver a un viejo provocador, pero a los ojos de muchos de auditorio, ¡qué grande sigue siendo, a los 87 años, Salvador Minuchin! Me contagió su ilusión por compartir. Por esto valió la pena los tres días de congreso.