lunes, 27 de septiembre de 2010

Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos

- ¡Seeexooo!
Salimos los cuatro a interrogar a Lope de Vega. La verdad es que aquélla se antojaba una situación divertida que no había por qué desaprovechar. Llegados a la calzada, cogí a Belén en brazos y pregunté:

- Qué hay, Francisco. ¿Se ha perdido Sexo?
Lope de Vega vestía siempre Lacostes de más de quince mil pesetas y elegantísimas gorras de Burberry. Sus padres por lo visto eran nobles y no les faltaba el dinero.
- Llevo dos horas buscándole - dijo, y luego añadió en voz más baja-:Yo creo que está con alguna perra, tenía ganas de...

- Ya - interrumpí como pude, y pretendí que Lope de Vega captara mi furtiva mirada a los niños -, han sido mis hijos los que se han dado cuenta de que era tu perro.
Lope de Vega no se dio por aludido y dijo:
- Yo entiendo al animal. Si a mi me pasara lo mismo, me volvería loco.
Por supuesto que ya estaba arrepentidísimo de haber salido con los niños a hablar con ese elemento. Me di cuenta que Pati pensaba lo mismo.

- Que tengas suerte, Francisco dije, girándome para casa -. Si vemos a Sexo, te avisaremos.

Lope de Vega siguió su camino calle abajo.
- ¡Seeexooo!

...


Maldije al imbécil de Lope de Vega , que no nos iba a dejar dormir en toda la noche, y que tarde o temprano despertaría a mis hijos.
- ¡Seeexooo!
- Hay más gente - dijo Pati muy risueña. Oí que se bajaba de la cama y fui tras ella.
Nos asomamos a la ventana del baño, que daba a la calle. Los padres de Lope de Vega, sus dos criadas, el chófer y el jardinero pasaban por delante de nuestra casa y no parecían tenir ningún pudor a la hora de gritar también ellos la palabra sexo.
- Mamá - dijo Belén desde la ventana de su cuarto -, yo quiero ir con ellos.

- Sí, sí, vamos, por favor - dijo Marcos desde la suya, y antes de que Pati y yo pudiéramos siquiera rechistar un poco, nuestros hijos ya estaban en la puerta de casa con las zapatillas puestas.
Salimos los cuatro a la calle, y comenzamos a andar. Pati dijo que esto era una locura, pero que se alegraba de que los niños pudieran tener experiencias como éstas que recordarían toda la vida. En seguida dimos alcance al grupo de los padres de Lope de Vega, que nos acogieron con enorme gratitud. Entonces, todos al unísono, nos desgañitamos en un solo grito:
- ¡Seeexooo!
¡Qué extraño bienestar me recorrió el cuerpo! Yo gritaba <<¡Seeexooo!>>, Pati gritaba <<¡Seeexooo!>>, Marcos y Belén gritaban <<¡Seeexooo!>>.
Era como si una gran maraña de cuerdas hubiera ocupado mi interior hasta entonces, y ahora estuvieran deshaciéndose de una sola vez. Como si alguien hubiera echado la madeja al fuego y delicadamente ésta se hubiera convertido en algo etéreo e intangible. <<¡Seeexooo!>>
Todos habíamos pasado de estar encerrados en casa y encerrados en nosotros mismos, a caminar ligeramente y proclamar el sexo a los cuatro vientos. en este contexto, el optimismo resultó la única actitud posible.
Al poco, algunos de nuestros vecinos empezaron a unírsenos. El primero fue mi padre, por supuesto, que no podía desaprovechar una oportunidad como aquélla, pero luego fueron otros muchos vecinos solidarios que, como nosotros, sintieron una punzada de pena por el destino del perro Sexo y, al mismo tiempo, una puerta abierta hacia algo parecido al libertinaje.
Buscamos durante más de dos horas por toda la urbanización. En algunos momentos nos dividimos en pequeños grupos. En otros, nos matuvimos unidos. Dio igual. Sexo no apareció. Después de que nosotros nos retiráramos a casa, Lope de Vega siguió buscando durante al menos dos horas más, pero tampoco tuvo suerte.
Más alla de esto, el placer que nos reportó gritar de aquella manera la palabra sexo resultará difícil de superar. <<¡Seeexooo!>> Podía yo ser parafásico, podía tener extrañas reacciones ante las apariciones alevosas de los botones, pero en el mundo aún quedaba algo vivo, un grupo de personas extraordinarias buscando al perro Sexo a medianoche. Esa palabra, ese grito me devolvían con esperanza al mundo de las personas y las cosas, más aún de lo que ya lo había hecho la risueña doctora Montesa.

Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos de Rodrigo Muñoz Avia, o cómo la yatrogenia y la estupidez pueden hacer que un problemas insignificantes se vuelva metastásico y joda la vida de alguien.