martes, 25 de enero de 2011

Haz lo que digo...


Paseaba no hace mucho por una céntrica calle de donde resido y unos metro por delante iba paseando unos padres con sus dos hijos preadolescentes. El padre hablaba con un tono firme y seguro y estaba explicando a uno de sus hijos por qué le había castigado.
De manera muy coherente enumeró las faltas de respeto que éste había tenido con su madre, y que eran inadmisibles porque uno de los pilares del funcionamiento de una familia es el respeto. El hijo escuchaba pacientemente y sólo interrumpía al padre muy de vez en cuando para recordarle lo arrepentido que estaba y que ya había dicho que no lo repetería en el futuro.
El padre le escuchaba, y finalmente le contestaba, con seguridad, que eso estaba muy bien y que eso hablaba muy bien de él como persona pero que era necesario que reflexionase más sobre ello y que ese era el sentido principal del castigo.
La madre callaba. No participaba. Era el único elemento que chirriaba en la escena.
A veces no se puede evitar que se te active el chip de psicólogo, y me gustaba el tono que utilizaba para comentar sus decisiones, la firmeza de sus comentarios y el respeto con que escuchaba al hijo.
En estas, pasaron por delante de una pastelería, y el hombre decidió entrar. Se giró preguntó si querían algo, los hijos dijeron que no, y la mujer le dijo que mejor no comprar nada, que cenarían pronto. Él puso mala cara. Ella le preguntó qué pasaba, y él le contestó con la misma firmeza y contundencia, pero con una total falta de educación:
- No seas imbécil, me paso la semana trabajando y hago lo que me sale de los cojones.
Evidentemente él no se consideraba almismo nivel que sus hijos, él tenía sus propios criterios que eran moralmente diferentes a los de los demás.
No pude evitar sentir compasión por esos dos chavales que observaban la escena con tranquilidad, sin duda la habían vivido reiteradamente, un bucle educacional basado en el doble vínculo. Haz lo que digo, no lo que hago.
Y la madre, se resignó, callada.