Lo que nos define como seres sociales es la capacidad que tenemos
para influir en nuestro entorno social. Obviamente nosotros somos
también influenciables, pero la patología y el sufrimiento que se
derivan de esta última opción no son el objetivo de análisis de este
post. En esta ocasión nos centraremos en el sufrimiento que nos puede
ocasionar el intento de influir en los demás.
¿Puedo sufrir por mi
capacidad de influir en los demás? Por supuesto, y se puede sufrir a
corto, medio y largo plazo, siendo esta última la peor de las
posibilidades por el enorme desgaste que implica. Pongamos un sencillo
ejemplo:
A es una persona inteligente (estilo de procesamiento cognitivo abstracto y todo eso) y se enamora de B. Además de inteligente, A tiene baja autoestima, y eso le lleva a creer que no merece la atención, el amor, y sobre todo el respeto de B a menos que haga algo para merecerlo.
¿Cómo puede buscar una persona ser merecedora del respeto de otra? A través del sacrificio. A comienza a sacrificarse para que B esté mejor. Eso en primer lugar, posteriormente, cuando A pueda poner en juego toda su capacidad de observación y análisis y descubra que B puede crecer, progresar, evolucionar (o madurar) se sacrificará para que B sea esa persona que A ve que podría llegar a ser.
¿Dónde
está el problema? Básicamente en que en cada relación que mantenemos,
ya sea de pareja, amistad o lo que sea, el otro nos marca un límite de
influencia. Este límite no es un capricho, es una necesidad para
mantener la integridad de la propia identidad. El peligro está en que A se obsesione en promover cambios más allá del límite de influencia que le marca B y esto acabe en una espiral de persecución y huida que esclavice a los dos porque B no desea convertirse en aquello que A ha creído ver que podía ser.
¿Por qué deriva esto en una espiral? Porqué aunque ninguno de los dos lo sepa conscientemente, quieren buscar un equilibrio que el otro se niega a aceptar, y esto hace que las tensiones se confundan con los deseos.
¿Cómo se resuelve este nudo gordiano? Tal vez sólo podamos plantearnos la opción de Alejandro Magno, ya que nadie ha propuesto otra. A menos que sea la prevención, aprender a reconocer el límite de influencia propio y el que nos permite el otro para evitar sufrimientos innecesarios.