miércoles, 28 de noviembre de 2007

De lo que siembres, recogerás

Había una vez un hombre que sembró una semilla de mango en el patio de su casa. Todas las tardes la regaba con cariño y repetía con verdadera devoción:
- Que me salga melocotón, que me salga melocotón.
Así llegó a convencerse de que pronto tendría un melocotonero en el patio de su casa.
Una tarde vio, con emoción, que la tierra se estaba cuarteando y que una cabecita verde intentaba salir a la búsqueda de los rayos del sol. Al día siguiente asistió emocionado al milagro del nacimiento de una nueva vida.
- Me nació el melocotonero - dijo el hombre con satisfacción y orgullo.
Por las tardes, mientras cuidaba y atendía con cariño a su árbol, pensaba y se recreaba en lo distinto que sería de esos árboles de mango populacheros que crecen silvestres, y que en época de cosecha llenan los patios de las casas. También se decía que, en unos años, su familia podría disfrutar de una suculenta cosecha de deliciosos melocotones.
El árbol fue creciendo y, un día, el hombre advirtió, primero con duda y después con incredulidad y gran desconcierto, que lo que estaba creciendo en el patio de su casa no era un melocotonero sino un árbol de mangos, como tantos otros en el pueblo. El hombre dijo con despecho y tristeza:
- No entiendo cómo me pudo pasar esto a mi. ¡Tanto que le dije que fuera melocotonero y me salió mango!