Cada mañana he de realizar la misma rutina para llegar al trabajo, y mi empeño se centra en que tenga buenos momentos, que esté llena de pequeños placeres. Hay uno que destaca sobre los demás, supongo que por estar formado de muchos detalles sutiles, de otros pequeños placeres. Se trata del paseo de 15' que realizo desde la estación de tren Sant Andreu Comtal hasta la comisaria donde se realizan las entrevistas.
Realmente son quince minutos pero podría reducirlos a diez si quisiese, consiguiendo así aumentar mis niveles de estrés de primera hora de la mañana, pero prefiero llegar relajado, escuchando música.
Cada parte del paseo tiene su encanto, por ejemplo, a la salida de la estación te encuentras una zona que parece más bien la de un pueblo de los alrededores, que de la "Gran Ciudad". Luego llego a la plaza de la Orfila y encaro el Paseo de Torras y Bages, que sobre las 7:45h empieza a tener movimiento de gente pero sin agobiar, los comercios están abriendo y las panaderías inundan la calle con el aroma del pan recién hecho y, sobre todo, ¡de las pastas recién hechas! Este olor dulzón a mantequilla hace que me recree en cada uno de los semáforos en que tengo que esperar. He de confesar que cambio de lado de la acera por la que voy en función de la ubicación de estas panaderías.
Además, el contacto con el sol es todavía agradable a estas horas de la mañana, sin dar demasiado calor ni cegar la vista.
Desde luego todo esto sirve para preparar la entrada a la comisaría, siempre anticipando que me pueda tocar un compañero de entrevistas con el que me lleve bien y que haga las siete horas más disfrutables, y con un poco de suerte, me tocará un aspirante, de los cuatro diarios, que resulte ser una persona interesante de conocer y que, en definitiva, nos regale 40 minutos de agradable conversación, cosa que, lamentablemente, es cada vez menos habitual.
Y en todo esto, el otro día tuve un regalo, inesperado, como han de ser los buenos regalos.
Cuando estaba a punto de pasar la última panadería del último semáforo, alguien desconocido se atrevió a sacarme de mi ensimismamiento. Era un hombre de unos 40 años que me decía algo. Yo me quité el auricular dispuesto a decirle que no llevaba dinero para darle..., pero me hizo un regalo. Me permitió cuestionarme mi prejuicio.
Me pidió que le ayudase a cruzar la calle, "es que soy disminuido psíquico, y me da miedo" me dijo, y juro que usó esa expresión.
Ante la sorpresa que me llevé acerté a reaccionar, giré y le ofrecí mi brazo derecho y procedimos a cruzar el paseo Torras y Bages y luego la calle palomar.
Fue un encuentro breve, brevísimo, y me dijo que la gente había cambiado, y que a veces tenía que esperar mucho hasta encontrar alguien que le ayudase. Al despedirse me dedicó una sonrisa de esas profundas, ¡y me dijo que se notaba que yo era una buena persona!
Segundo regalo. Siempre he creído que el altruismo no existe, siempre se obtiene algo a cambio de lo que haces. Las mejores recompensas son las que se otorgan de corazón, y estoy seguro que esta persona desconocida que me hizo dos regalos en una mañana no era disminuida emocional.
Fermín Romero de Torres, personaje inolvidable de "La Sombra del Viento" decía con razón:
" Los regalos no son un mérito de quien los recibe sino un placer de quien los regala"