lunes, 6 de abril de 2009

Diseñar estrategias

Una mujer masai se casó con un hombre viudo que ya tenía una hija. Ella estaba muy enamorada de su marido pero la niña la rechazaba frontalmente. Hiciese lo que hiciese se encontraba con una respuesta desagradable. La desesperación empezó a apoderarse de ella, y dándose cuenta de que la situación no aguantaría mucho, decidió acudir a pedir consejo al hechicero de la tribu.
Este escuchó su relato atentamente, todas las cosas que había probado y todas las respuestas desagradables y provocadoras de la niña, escuchó los miedos de ser rechazada también por el marido, meditó un largo rato y finalmente le dijo.
- Hoy no puedo ayudarte en esto que me pides. Necesito un ingrediente muy importante para un conjuro y yo no puedo conseguirlo. Si tú me lo consigues mi mente podrá estar dedicada a tu problema.
- ¿Qué es lo que necesitas?
- Es una cosa sencilla pero difícil de conseguir, un pelo del bigote de un león.
La mujer se quedó horrorizada, ¡toda la vida huyendo de los leones y ahora tendría que acercarse tanto a uno como para poder arrancarle un bigote!
Sin decir nada a nadie se dirigió a la mañana siguiente a una colina en medio de la sabana y depositó un cuenco con agua a los pies de una pequeña colina donde sabía que había leones y se sentó a un par de centenares de metros debajo de un árbol.
Al rato apareció uno, se la quedó mirando con curiosidad y al rato bebió del cuenco. Este proceso lo repitió cada día durante semanas, y cada pocos días se acercaba unos pocos metros, hasta que comprobó que el león la había aceptado. Pero ella descubrió que también había perdido el miedo al león, que ella había aceptado al animal. Cada día iba más relajada, pero siempre llevaba un cuenco con agua.
Hasta que un día estuvo tan cerca del león que notaba su aliento, y se permitió acariciarlo. Le gustó tanto la sensación que acudía cada día para estar un rato con el león, lo acariciaba y ese momento era de mucha felicidad para ella.
Un día decidió que tenía que pasar más tiempo en casa, de manera que mientras acariciaba al león que se había quedado adormilado le cortó un pelo del bigote y se dirigió al poblado.
Cuando se lo fue a dar al hechicero iba contenta, satisfecha, era lo más grande que había hecho en su vida, ni siquiera los guerreros se acercaban tanto a un león, y por supuesto nunca la creerían.
El hechicero se mostró muy satisfecho, examinó atentamente el bigote y lo arrojó al fuego.
La mujer le miró perpleja, pero ese no era su problema, de forma que le pidió el remedio para solucionar el conflicto con su hijastra.
El hechicero se la miró divertido y le dijo:
- ¡No me puedo creer que una persona tan valiente y con tantos recursos como para conseguir lo que no conseguiría el más valiente de mis guerreros no pueda aprender nada de lo que ha hecho, y aplicarlo para tratar con una niña!

Con afecto a Y.V. que nunca fue tan fiera como un león.