martes, 28 de julio de 2009

Una mujer yacía en su lecho de muerte. A su lado estuvo en todo momento su marido, que seguía muy enamorado de ella, y antes de morir la mujer le hizo prometer que nunca volvería a estar con otra mujer. Él se lo prometió.
Pasaron los meses y el hombre empezó a reponerse de la pena, organizó de nuevo sus rutinas y empezó a salir. Un día conoció a una mujer que le gustó y empezó a salir con ella casi sin darse cuenta. A los pocos días empezó a sufrir un calvario, ya que cuando estaba solo en su casa en la cama para dormir, se le aparecía el espíritu de la fallecida para echarle en cara que estaba faltando a su promesa.
Empezó a intentar ver menos a la mujer que le gustaba, pero el espíritu parecía saber en todo momento las cosas que hacía durante el día, cada uno de sus movimientos y de sus intenciones.
La culpa y el remordimiento empezaron a hacer mella en su salud, los médicos no sabían qué es lo que le estaba pasando, hay que callar por miedo a que te señalen de loco.
El espíritú de la mujer parecía complacido. Él se veía cada vez más consumido.
Finalmente decidió buscar consuelo en un anciano que conocía y del que siempre había valorado sus sabios consejos.
El anciano escuchó pacientemente toda la narración del amigo, escuchó como sufrió la enfermedad y muerte de su mujer, como tuvo que atravesar unas semanas de dolor para acostumbrarse a su pérdida, como había encontrado una pequeña ilusión y finalmente cómo el pasado había vuelto para torturarlo.
Le preguntó por los poderes de este espíritu y el amigo le dijo que lo sabía absolutamente todo, no sabía cómo lo conseguía pero parecía tener acceso directo a la información que tenía en su cabeza.
- Está bien - dijo el anciano -, vas a tomar un puñado de guisantes en tu mano, es importante que sea un puñado sin contar y que te vayas a la cama con la mano cerrada. Cuando aparezca el espíritu de tu mujer pregúntale cuántos guisantes hay en tu mano. Según la respuesta que te dé sabrás cómo has de vivir el resto de tu vida.
No muy convencido hizo lo que le dijo, y cuando se fue a la cama volvió a aparecerse el espíritu de su mujer.
- Sé que has ido a consultar al anciano - le dijo -, pero estoy contenta porque hoy no has ensuciado mi nombre viendo a esa mujer.
- ¿Tú lo sabes todo, cariño? - Preguntó el hombre.
- Sí, no hay nada que puedas esconder de mi.
- Entonces sabrás prefectamente cuántos guisantes tengo en mi mano derecha...
Esa fue la primera noche que nuestro amigo durmió a pierna suelta, porque sintió que podía tomar libremente las decisiones de su vida...