jueves, 1 de abril de 2010

El castigo del miedo

Los peores castigos que me han impuesto son aquellos que nunca se concretaron, pero que yo estuve temiendo mucho tiempo. Es un castigo del tipo "caballo de Troya", se queda dentro de uno y no te deja pensar en otra cosa, construyes el día a día en torno al miedo a que se concrete el castigo, y dedicas enormes cantidades de energía en evitar aquellas situaciones en las que pueda darse la posibilidad, por mínima que esta sea, de que se hable de ello y se desencadene una serie de circunstancias que provoquen aquello que intentas evitar.
Y así pasan los días, y el miedo no se relaja, aumenta cada vez más y conviertes a tu verdugo en el objeto de todos tus análisis y tus conjeturas. El hecho de que estés salvando el castigo no es un alivio, es una responsabilidad, y no disfrutas de tus logros, sólo temes tus miedos.
Duermes peor, pierdes el apetito, no disfrutas de las cosas que antes te gustaban porque sólo estás pendiente de la espada de Dámocles que te ha tocado vivir.
Pero dicen que no hay mal que cien años dure, ni temporal que nunca amaine, y poco a poco las cosas vuelven a la calma. Entonces, un día realizas balance de lo ocurrido, y al principio te ríes de lo ocurrido, pero luego, piensas que fueron unos días terribles, que el sufrimiento no tiene comparación y se te tuerce el gesto.
Te das cuenta que el castigo te lo impusiste tú.