miércoles, 26 de octubre de 2011

Sobre las virtudes y los defectos

Una pareja acude a terapia, pero no para realizar terapia de pareja. Ella parece preocupada, un poco agobiada por las circunstancias. Él parece hundido. Las circunstancias sin duda le han pisado el cuello y no sabe cómo salir de donde se encuentra, y no parece que la esperanza sea el motor que le traiga a pedir ayuda. Más bien parece que es ella la que pide ayuda, para él.
Nos explica que lleva tres semanas así. Que él es comercial, parece ser que un gran comercial, uno de esos que vende peines a los calvos. Un tipo extrovertido, alegre, acostumbrado a ser la alegría de todas las fiestas. Pero desde la cena de su empresa en la que cometió un grave error, no levanta cabeza.
Él nos mira por un momento y dice:
-          Me gustaría que usted me ayudase a ser tímido.
No es una demanda habitual. Por lo general los psicólogos recibimos el encargo inverso, gente que quiere recibir un entrenamiento en habilidades sociales para no ser tan tímido. Es necesaria más información, pero es importante que nos la explique él.
Nos dice que fue contratado por una empresa del norte de Europa para que hiciese todo un trabajo de contactos para poder establecerse en España. Este trabajo él lo hizo tan rápido que la empresa adelanto los plazos y quedaron tan satisfechos que le contrataron con unas condiciones que son las que siempre deseó.
Hace unas tres semanas la empresa organizó una cena en un gran hotel y vino el presidente de la compañía, que estaba muy interesado en conocer al comercial del que le habían hablado tan bien. Así que nuestro amigo, con su mujer del brazo, fueron llevados hasta el séquito del presidente para presentarlo. Tengamos en cuenta que este era el gran momento de nuestro amigo, de manera que después de las “presentaciones oficiales” él, como buen extrovertido extremo decidió tomar las riendas de la conversación, y en pocos segundos estaba explicando un chiste. El problema, que no había valorado suficientemente, es que el presidente no era una “persona mediterránea” sino una persona más bien seca, y no se rió. Seguramente no apreciaba los chistes y menos el sentido del humor. Pero cuando el presidente no se ríe, nadie de su séquito se ríe. De forma que se produjo un silencio muy incómodo, sobre todo para nuestro amigo el comercial.
Él no estaba acostumbrado a que nadie se riese con un chiste explicado por él. Algo había fallado. ¿Qué? Seguramente no había explicado bien el chiste. De forma que la solución era obvia: explicó otro. Si hubo silencio en el primero la intensidad del silencio que se produjo tras el segundo chiste era escandalosa.
La mujer retiró a su marido discretamente del grupo del presidente tras el cuarto chiste. A los pocos minutos nuestro amigo tuvo náuseas y acabó vomitando en el lavabo y abandonando el evento a la primera ocasión que fue posible.
Desde entonces se había sumido en este estado de angustia y ha deseado justo lo que no es, el opuesto. Pero, ¿puede un extrovertido extremo hacer un cambio radical? La respuesta es muy cercana al “no absoluto”. Pero le hemos de hacer una propuesta alternativa.
Dicen que hay quien ve el vaso medio lleno y hay quien ve el vaso medio vacío. Por supuesto se puede cambiar la percepción de cómo está el vaso, pero, olvidándose de las virtudes que tenía la percepción anterior.
Ser tímido no es mejor ni peor que ser extrovertido. Es otra cosa. Tiene sus pros y sus contras. Obviamente había olvidado que ser como era le había ido muy bien, le había llevado a conseguir sus objetivos y podía seguir siendo así, siempre y cuando aprendiese a valorar si era lo conveniente y aprendiendo otras estrategias que le permitiesen tener un abanico de posibilidades que le facilitasen la flexibilidad. No en vano la mayoría de nuestros defectos son virtudes que en un momento nos fueron útiles y que nos resistimos a creer que no estén funcionando.