lunes, 25 de febrero de 2013

El hombre de mandíbula oxidada


"La fortaleza sin miedo sólo conduce a la arrogancia"

Desde muy pequeño le enseñaron que debía aprender a callar, a soportar el sufrimiento. Expresar lo que uno siente es una muestra de debilidad, de cobardía. Y los hombres han de ser valientes, fuertes, sin miedo.
Por tanto aprendió a callar desde pequeño. Calló lo que sentía, y descubrió que el mundo se acomodaba a su silencio. Calló lo que pensaba y descubrió que el mundo que le rodeaba le decía lo que tenía que hacer. 
Sólo utilizaba la mandíbula para comer, no para expresar. De esta manera la mandíbula se acostumbró a hacer unos cuantos movimientos, pero perdió la flexibilidad y la agilidad de una mandíbula parlanchina. Sólo servía para dejar pasar alimentos. Como esa fue su única función, la mandíbula se rigidificó. Se oxidó, de manera que cada vez era más difícil hablar. Cada vez hablaba menos.
El mundo se acostumbró a su silencio, e ignorarlo. Las emociones buscaron nuevas formas de salir, y cavaron un agujero en el interior del hombre. Este agujero se convirtió en un vacío insoportable que llenar. Y lo llenó. Primero con alcohol. Luego con dolor. Pero los vacíos interiores son insondables, y no hay dolor el mundo con el que llenarlos.
Al final su dolor, silencioso se convirtió en un martirio para los que le querían, que no sabían lo que le pasaba, que no sabían lo que sentía.
"Tienes un problema. Tendrás que pedir ayuda" le dijeron. Pero, ¿cómo se va a cuestionar que tiene un problema si sólo ha hecho lo que le dijeron? Y lo ha hecho bien...
Nuestro hombre miró hacia su interior. Dolía. Pero ese dolor le acercaba a algunas personas que quería. Cuando el dolor quiso salir hacia fuera empezó a engrasar la mandíbula. Y su mundo, su pequeño mundo, descubrió que era alguien interesante, alguien a quien escuchar y de quien aprender.
Pero seguía doliendo. Cada vez que hablaba le dolía la boca, pero algunos besos le compensaron lo suficiente...