lunes, 5 de agosto de 2013

Sobre la pereza y el miedo


“No expliques por pereza aquello
que puedas explicar por cobardía”

La mayoría de las ocasiones en que alguien rechaza hacer algo argumenta falta de ganas, pereza, vagancia. Algunos psicólogos creemos que esto no es un motivo, es una excusa, y que en realidad el motivo que lleva a la persona a rechazar lo que se les propone es el miedo.
Resulta muy conveniente tener clara la diferencia entre las emociones y las actitudes, debido, sobre todo, a que las primeras son generadoras de conductas y las segundas marcos conceptuales para organizar las mismas.
En general preferimos exponer en público nuestras actitudes a nuestras emociones. ¿Por qué? Tal vez sea porque las emociones las vivimos más intensamente, son más difíciles de cambiar y forman parte de nuestra identidad desde antes de la incorporación del lenguaje a nuestras vidas. Por este motivo preferimos exponer nuestras actitudes, y la pereza resulta una actitud, no una emoción, y recordemos que las actitudes no generan, por sí mismas, conductas.
Dentro de las emociones primarias que vivimos el miedo es la más potente a la hora de generar conductas que buscan la supervivencia del individuo. Y, como seres sociales que somos, también podemos sufrir “miedo social”, es decir, miedo a que se vea cuestionada o atacada nuestra identidad o estatus social, por lo que generaremos muchas conductas destinadas a salvarla.
Al hablar de miedo asociamos inmediatamente dos posibles actitudes como organizadoras de la conducta, la valentía, y sobre todo, la cobardía. La mayoría de nosotros tendemos a percibir a las personas de nuestro entorno como más valientes que nosotros, o si lo preferís, nos percibimos a nosotros mismos como cobardes respecto a nuestro entorno.
Pero que nosotros nos veamos así no implica que nos guste ser evaluados por los demás como cobardes. Por tanto, ante una situación que provoca miedo y por tanto una actitud de cobardía, hay que buscar una salida honrosa, o más honrosa que la cobardía, y la pereza lo es. “No es que no quiera o que no me atreva, es que paso (me da pereza)
Así, preferimos pasar por la vida como perezosos, vagos o indolentes, pero no se notará que estamos cagados de miedo. Si llegados a este punto del artículo alguien se identifica y se conforma, que deje de leer lo que viene a continuación, puesto que me propongo ofrecer una solución sencilla a este pequeño nudo gordiano. Por favor, que sólo sigan leyendo los inconformistas.
Como en casi todos los conflictos psicológicos la solución está intrínsecamente relacionada con el significado real de las palabras que utilizamos.
La mayoría de nosotros estaremos de acuerdo en que cobarde es aquella persona que se deja desbordar por el miedo, pero, ¿qué significa valiente? La inmensa mayoría de las personas cree que valiente es aquella persona que no tiene miedo, que no lo sufre, y eso es un error, un error muy grave.
Una persona valiente es aquella que tiene miedo pero sabe gestionarlo eficientemente para obtener su objetivo. Quien no tiene miedo es un temerario, y la diferencia entre el cobarde y el temerario es que le primero está muerto de miedo y el segundo suele estar muerto. Y punto.
Ya lo decía Aristóteles, que fue el primer psicólogo constructivista de la historia: “La valentía es la dorada mediocridad, que se sitúa entre la cobardía y la temeridad
Por tanto, el hecho de sentir miedo no implica ser cobarde, estaremos de acuerdo en que muchos de los que se consideran cobardes son valientes en potencia, o valientes que no saben cómo serlo. Y esta diferencia, que puede parecer muy pequeña, es de vital importancia, ya que es más fácil modificar una actitud hacia un término medio que de forma polarizada, y es más fácil cambiar una actitud que una emoción primaria. Si conseguimos pasar a sentirnos valientes o “menos cobardes” estaremos facilitando la posibilidad de organizar nuevas conductas que acabarán por modificar nuestra capacidad de gestionar momentos críticos.
En este caso, ya no se trataría de ser perezoso o ser cobarde, no, se trataría de tener voluntad de aprender, asumiendo que somos lo bastantes humildes como para reconocer que no sabemos.

A menos que uno sea perezoso para aprender cosas nuevas… pero eso no es más que un imbécil.