“No expliques por pereza aquello
que puedas explicar por cobardía”
La mayoría de las ocasiones en que alguien rechaza hacer
algo argumenta falta de ganas, pereza, vagancia. Algunos psicólogos creemos que
esto no es un motivo, es una excusa, y que en realidad el motivo que lleva a la
persona a rechazar lo que se les propone es el miedo.
Resulta muy conveniente tener clara la diferencia entre las
emociones y las actitudes, debido, sobre todo, a que las primeras son
generadoras de conductas y las segundas marcos conceptuales para organizar las
mismas.
En general preferimos exponer en público nuestras actitudes
a nuestras emociones. ¿Por qué? Tal vez sea porque las emociones las vivimos
más intensamente, son más difíciles de cambiar y forman parte de nuestra
identidad desde antes de la incorporación del lenguaje a nuestras vidas. Por
este motivo preferimos exponer nuestras actitudes, y la pereza resulta una
actitud, no una emoción, y recordemos que las actitudes no generan, por sí mismas,
conductas.
Dentro de las emociones primarias que vivimos el miedo es la
más potente a la hora de generar conductas que buscan la supervivencia del
individuo. Y, como seres sociales que somos, también podemos sufrir “miedo
social”, es decir, miedo a que se vea cuestionada o atacada nuestra identidad o
estatus social, por lo que generaremos muchas conductas destinadas a salvarla.
Al hablar de miedo asociamos inmediatamente dos posibles
actitudes como organizadoras de la conducta, la valentía, y sobre todo, la
cobardía. La mayoría de nosotros tendemos a percibir a las personas de nuestro
entorno como más valientes que nosotros, o si lo preferís, nos percibimos a nosotros mismos como cobardes respecto a nuestro
entorno.
Pero que nosotros nos veamos así no implica que nos guste
ser evaluados por los demás como cobardes. Por tanto, ante una situación que
provoca miedo y por tanto una actitud de cobardía, hay que buscar una salida
honrosa, o más honrosa que la cobardía, y la pereza lo es. “No es que no quiera o que no me atreva, es que
paso (me da pereza)”
Así, preferimos pasar por la vida como perezosos, vagos o
indolentes, pero no se notará que estamos cagados de miedo. Si llegados a este
punto del artículo alguien se identifica y se conforma, que deje de leer lo que
viene a continuación, puesto que me propongo ofrecer una solución sencilla a
este pequeño nudo gordiano. Por favor, que sólo sigan leyendo los
inconformistas.
Como en casi todos los conflictos psicológicos la solución
está intrínsecamente relacionada con el significado real de las palabras que
utilizamos.
La mayoría de nosotros estaremos de acuerdo en que cobarde
es aquella persona que se deja desbordar por el miedo, pero, ¿qué significa
valiente? La inmensa mayoría de las personas cree que valiente es aquella
persona que no tiene miedo, que no lo sufre, y eso es un error, un error muy
grave.
Una persona valiente es aquella que tiene miedo pero sabe
gestionarlo eficientemente para obtener su objetivo. Quien no tiene miedo es un
temerario, y la diferencia entre el cobarde y el temerario es que le primero
está muerto de miedo y el segundo suele estar muerto. Y punto.
Ya lo decía Aristóteles, que fue el primer psicólogo
constructivista de la historia: “La
valentía es la dorada mediocridad, que se sitúa entre la cobardía y la
temeridad”
Por tanto, el hecho de sentir miedo no implica ser cobarde,
estaremos de acuerdo en que muchos de los que se consideran cobardes son
valientes en potencia, o valientes que no saben cómo serlo. Y esta diferencia,
que puede parecer muy pequeña, es de vital importancia, ya que es más fácil
modificar una actitud hacia un término medio que de forma polarizada, y es más
fácil cambiar una actitud que una emoción primaria. Si conseguimos pasar a
sentirnos valientes o “menos cobardes” estaremos facilitando la posibilidad de
organizar nuevas conductas que acabarán por modificar nuestra capacidad de
gestionar momentos críticos.
En este caso, ya no se trataría de ser perezoso o ser
cobarde, no, se trataría de tener voluntad de aprender, asumiendo que somos lo
bastantes humildes como para reconocer que no sabemos.
A menos que uno sea perezoso para aprender cosas nuevas…
pero eso no es más que un imbécil.