lunes, 19 de mayo de 2014

Los hijos como escudos

Esta es la historia de la Familia Escudero. Los padres se conocieron muy jóvenes, y se enamoraron perdidamente el uno de la otra porque cada uno cubría las inseguridades del otro. Cimentaron su relación en una falsa seguridad que se autoimpusieron y que como todo lo que no es natural, no tardó en resquebrajarse.
Una característica de la personas inseguras, o si lo preferís con demasiada intolerancia a la incertidumbre, es que no saben gestionar de manera eficaz y mucho menos eficiente, cualquier tipo de conflicto. Así, él intentó imponer su criterio por la fuerza, sin criterio, aumentando el miedo en su pareja. Ella se resignó y encontró un pequeño espacio en la pasividad donde obtener las pírricas victorias que le permitían seguir aguantando.
Y llegaron los hijos, dos. Y estos hijos asistieron al enfrentamiento continuo de sus padres, los vieron al principio (muy al principio) desde la barrera, pero rápidamente fueron invitados a jugar.
Al principio del juego fueron objeto de agasajos emocionales por parte de los padres, nada extraordinario, pero sí lo suficiente como para que cuando se comenzaron a posicionar con un progenitor sufrieran el frío distanciamiento del otro. En esta etapa era habitual que se comentase, tanto en casa como fuera de ella, que cada uno era el que más se parecía a uno de los padres "el mayor es más parecido a mi".
Con los posicionamientos de los hijos el conflicto de los padres no menguó. De manera imperceptible al comienzo, pero más vertiginosa a medida que avanzaban los años, los padres entraron en una guerra por el control de la situación familiar que basculaba entre el deseo de ganar y el miedo de perder. Cada uno de ellos valoró la situación, el padre desde la imposición, la madre desde la pasividad, y cada uno decidió que ganar era algo que justificaba cualquier sacrificio, y la posibilidad de perder también. Así que comenzaron a sacrificar lo sacrificable, la tranquilidad personal, familiar, la comunicación, la intimidad, los proyectos comunes, la salud mental, física, y finalmente, cuando ya no quedaba mucho que utilizar invitaron a los hijos.
http://www.podestaprensa.com/2012/04/
ninos-secuestrados-por-sendero.html
Ambos hicieron un llamamiento a la lealtad del hijo preferido, aunque públicamente afirmaban que amaban a sus hijos por igual, pero en realidad lo que esperaban es un respuesta de fidelidad. Y estos hijos que amaban a sus padres más de lo que éstos los amaban a ellos, respondieron. Al principio como confidentes, cada progenitor le explicaba al otro lo mucho que sufría, lo injusto que era el otro con él/ella, lo mucho que se habían sacrificado por la familia, lo mucho que se les debía, las cosas que podrían haberse conseguido en el caso que su criterio hubiese sido respetado, etc, etc, etc...
¿Consecuencias? Los hijos se fueron cargando de inquina contra el "progenitor contrario", una inquina que no sabían gestionar y que les salía de mala manera, a cada cual como su padre gestionaba la suya. Y comenzó una guerra de guerrillas en la que cada hijo se veía apoyado por su padre en la intimidad pero se le censuraba tímidamente cuando se hablaba de los conflictos familiares.
Ambos hermanos estaban inmersos en esta historia y ambos veían las reacciones del otro, y lo peor, comenzaron a juzgar las reacciones del hermano por los criterios del progenitor respectivo, de manera que cada uno de ellos perdió el amor de un padre y la lealtad de un hermano.
Al final la situación era tan insostenible que los padres decidieron divorciarse. Cada uno siguió su camino, cargando la rabia hacia su ex como lo había hecho siempre, pero cada uno encontró una nueva pareja con la que construir un nuevo proyecto. Y disfrutar.
¿Y los hermanos? Descubrieron que después de la batalla los escudos que se utilizan tanto para defender como para atacar quedan muy dañados, y en la mayoría de casos los combatientes no deciden repararlos, prefieren adquirir otros nuevos. Y los dañados, quedan así, dañados, cuando no rotos, inservibles...