lunes, 20 de abril de 2015

Sobre la educación, el sufrimiento y la voluntad de ayudar

Uno de los principales problemas que nos encontramos cuando queremos ayudar a alguien que sufre y pide ayuda, es marcar un límite de hasta donde estamos dispuestos a implicarnos. La respuesta a esta pregunta la obtendremos, según la mayoría de libros de heteroayuda, en base al nivel de empatía que tengamos cada uno, pero en realidad, según mi modesta opinión, la respuesta la obtendremos de saber separar las conductas de las intenciones.
Las intenciones son propias de cada persona y nos es muy difícil tener acceso a ellas, por lo que lo máximo que podemos hacer es suponer que lo sabemos, y la suposición la haremos en base a las conductas que cada cual tenga. En función de como nos comportamos los demás infieren intenciones para poder guiar su propia conducta. Sencillo, ¿no?
Y creo que lo podemos simplificar un poco más si cabe ya que hay un factor más a tener en cuenta que es muy clarificador: la educación.
La educación la recibimos todos, es cierto que hay diferencias cualitativas en la calidad de la educación que cada uno recibe, pero podríamos decir que hay una base común: el respeto.
Por tanto, una forma de efectiva de ayudar a alguien que está sufriendo es desde el respeto, sin ser intrusivos, y de la misma manera, la forma más adecuada de recibir ayuda es también desde el respeto, aceptando aquella ayuda que te pueden ofrecer, sin ser intrusivo ni exigente en la demanda, y desde luego, sin poner condiciones.


¿Sin poner condiciones? Claro, que alguien te pueda y te quiera ayudar no quiere decir que lo vaya a hacer de la manera en que tú desees. Cuando uno pide ayuda asume que no puede salir de la situación en la que se encuentra por sí solo, asume su incapacidad para solucionar el problema y cuando uno es incapaz en algo resulta demasiado incongruente que marque condiciones.
Por tanto, cuando alguien te pide ayuda (hay que diferenciar si pide o exige) tenemos que decidir cómo le podemos ayudar, y luego buscar la manera de implementarlo con la persona que pide. Si se puede hacer, felicidad para todos. Si no se puede, deberemos revisar dónde puede estar el error, si en nuestra actitud (lo cual nos descarta como ayudantes), en nuestra estrategia (lo cual nos señala que hemos de aprender) o en la persona penitente (lo cual le descarta como tal).
En resumen, y para que quede claro, podemos ayudar a las personas que sufren, piden ayuda y son educados. Los demás, o no sufren, o no piden o no saben pedir. Y en estos casos no pueden ser ayudados.