sábado, 29 de septiembre de 2018

El grupo (by Ricard Pallarès)

“No le importaba el sentido lógico de aquello, por fin había encontrado esa motivación que, aunque no fuese real, valía la pena. Eligió y se dejó guiar por una sensación que aún no había experimentado. Su mente pertenecía a algo mayor, su corazón obedecía y su alma se marchitó tratando de dar sentido a un espejismo.
Y entonces, dejó de ser quien era. Arrastrado por una energía colectiva alimentada por algo inquebrantable, la unión.
El precio era alto, pero había encontrado un poder sin límite que le daría la felicidad. Un lugar donde no existe el color gris, una tierra donde no sentirse solo…”

Photo by Bin Thiều on Unsplash

En una ocasión estaba paseando por el centro de mi ciudad cuando, de repente, me llamó la atención una tienda bastante grande. En la puerta, había una cola de gente muy alegre por lo que estaba pasando dentro. Una de las personas que había comprado el nuevo gadget tecnológico salía entre aplausos de los trabajadores de la tienda.

Me quedé perplejo. Aquel hombre, poco más que no podía evitar emocionarse y su mirada lo decía todo, ya no era “nadie” sino el “primero de muchos”. Había una sinergia enorme y se notaba que todo el mundo quería y deseaba lo mismo. Vivir esa experiencia, estar a la última… Pertenecer al grupo.

Muchas marcas llevan tiempo entendiéndolo muy bien y saben lo que la gente de esa cola quiere. Saben cómo recompensar la fidelidad con algo mucho más poderoso que su producto, sentir que formas parte de un ente que va más allá de ti mismo. Tú ya no eres importante, la marca lo es.

Dicen que somos seres gregarios, que el sentimiento de grupo nos proporciona una sensación cálida y envolvente. No en vano, uno de nuestros mayores miedos es el de la soledad. Por ello y, gracias a los grupos, podemos formar parte de un objetivo común donde compartimos, aprendemos y evolucionamos. Básicamente y, como decían en La Bola de Cristal: “Solo no puedes, con amigos sí”

No vamos a negar que es bonito disfrutar de algo nuevo y, que nos aplaudan claro, pero ¿Hasta qué punto perdemos nuestra identidad?

Lo peor es que el deseo de sentirse parte de algo más grande no se reduce al marketing de algunas marcas, sino que puede extrapolarse a la política, la religión y, en definitiva, a prácticamente todo en nuestra vida.

Entonces, siendo muy probable que ya pertenezcamos a uno o varios grupos, lo que nos debería preocupar no es el grupo en sí, sino la falta de matices. La necesidad de encajar socialmente nos lleva, en no pocas ocasiones, al encasillamiento y la triste costumbre de que cada día nos cuestionemos menos cosas.

Nos dicen qué producto comprar, o qué ideología seguir, pero no nos enseñan a pensar. Es comprensible, ya que potenciar nuestra identidad individual es largo y, a veces, tedioso además de tener un precio. Nadie puede etiquetarte al 100% en su grupo y, por tanto, pasas a ser un proscrito. 

Reconozco que hay veces en las que, rodeado de gente, me he sentido solo. Pero me resisto a creer que no podamos escoger lo mejor de cada ideología, cultura o sistema y romper con los tópicos más rancios siendo críticos con ellos para tratar de mejorarlos.


Porque al final del día, sin nuestro pensamiento abstracto o nuestra infravalorada capacidad de elección, no seremos nada más que una masa uniforme siempre en favor del viento dominante.