domingo, 13 de enero de 2008

La historia de Gloria


Durante la época en que colaboré con el CAS Fontsanta conocí a mucha gente fascinante, y muchas de ellas en el grupo de tabaquismo que llevaba con Pilar Ripoll. Este grupo se reunía los jueves de seis a siete, lo iniciaban unas quince personas que tenían que hacer una entrevista previa. Generalmente finalizaban el tratamiento unas cinco personas, lo cual muestra lo duro que es dejar el tabaco.

En este grupo conocí a Gloria. Nuestra relación no estaba destinada a llegar muy lejos, terapéuticamente hablando. En la entrevista inicial me explicó su vida, y desde luego no era nada alentadora. Su marido era camionero, estaba mucho tiempo fuera de casa y ella nunca lo controlaba, además debía de encargarse ella de todo, casa, hijos y su propio trabajo como mujer de la limpieza de una fabrica del pueblo. Desde luego se la veía infeliz, desengañada con la vida.

Pero eso no era todo, tenía una hermana que estaba separada y con dos hijos, y cuando tenía planes se presentaba en casa de Gloria y le dejaba los niños, sin ningún tipo de preaviso y se iba a pasárselo bien por ahí. El padre tenía un pequeño negocio en el barrio y hacía lo mismo, la llamaba a cualquier hora para que se hiciese cargo del negocio mientras él hacía "sus negocios".

En pocas palabras, Gloria era un auténtico Pilar, y un Toro, de los de verdad, y por lo que parece tenía muchos toreros, rejoneadores y banderilleros en su entorno inmediato.

Viendo este panorama me dio la impresión que dejar de fumar debía ser la última de sus preocupaciones, pero Pilar me convenció de que seguramente sería importante para ella. Yo empezaba en esto de la psicología, de forma que creí a Pilar (nunca se equivoca).

En el grupo se integró bien, y llegados al momento de dejar de fumar, sufrió, y mucho, pero poco a poco lo fue superando. Era curioso, pero desde que dejó de fumar se fue produciendo un cambio en ella, empezó a cuidarse y arreglarse, a quererse y valorarse, y la verdad es que cada día venía más guapa y serena.

Cuando ya llevaba un mes y medio sin fumar se produjo esta intervención por su parte:

- Desde hace unas semanas me he ido dando cuenta de una cosa, yo siempre había creído que sería incapaz de dejar de fumar, que eso era para personas fuertes y con personalidad.
- Claro que eres fuerte, muchas cosas en tu vida funcionan con tu energía, ¿no crees? - le contesté
- A eso iba - me dijo ella -, si he podido vencer al tabaco que creía que nunca podría, tal vez pueda enfrentarme a otras cosas que he empezado a darme cuenta que no me convienen.

El grupo le dijo que se lo tomase con mucha calma, que no introdujese tantos cambios de golpe, que a lo mejor eran demasiadas cosas, pero...

A la semana siguiente Gloria vino radiante, exultante, pletórica, estaba guapísima, os lo juro, nos sedujo a todos, y cuando intervino nos explicó que había empezado a poner límites a todos, a su marido, a su padre, a su hermana, y a algunas compañeras de trabajo, ¡y le había ido bien! Sintió que se le abría una nueva expectativa de vida. Todos la felicitamos, pero le avisamos de lo que puede suponer enfrentarse a tantas cosas a la vez, pero ella parecía estar en órbita.

Esa semana comenzaba la periodicidad quincenal, y cuando llegó la siguiente reunión todos vimos que algo no iba bien. Nada más entrar Gloria nos comunicó que había recaído, no entendía cómo ni qué había pasado, sólo repetía que había sufrido una especie de rapto ansioso que le hizo salir a la calle y cuando vio a un crió de quince años fumando, le pidió un cigarro. El grupo se volcó en animarla, no podía abandonar ahora que había pasado lo peor, y ella pareció convencerse y salió cargada de energía.

El día antes de la siguiente sesión me llamó para decirme que no iba a volver al grupo, la recaída era total, y claro, le daba vergüenza. La charla que mantuvimos fue larga, pero finalmente conseguí que viniese a despedirse en persona, ya que había sido muy importante para el grupo.

La Gloria que vino era la de hacía tres meses, pero emocionalmente más hundida. Fue una reunión muy dura, para todos, y ella no sabía explicar que es lo que le había pasado para recaer.

Sólo cuando faltaban pocos minutos para el final de la reunión nos dijo:

- Tal vez sí que teníais razón y quise cambiar demasiadas cosas. Mira, el día que volví a fumar habíamos tenido una comida familiar, y tanto mi padre, como mi marido y mi hermana me dijeron que no les gustaba el cambio que había dado desde que había dejado de fumar, que ahora me vestía y me pintaba como una buscona y que me había vuelto mala persona...

Ya tenía poca fe antes, pero os puedo asegurar que desde ese día perdí la esperanza en los grandes cambios repentinos. Pero sí que saqué una certeza, y es que los vampiros emocionales no dejan escapar fácilmente a sus victimas.

Yo sigo con la esperanza de que algún día reúna de nuevo la fuerza y la fe para sacudirse las sanguijuelas y siga mi consejo hacer psicoterapia.

Desde aquí, gracias por haberme enseñado tanto, espero que vuelvas a sacar esa belleza que nos mostraste y que algunos quieren mantener oculta. Un abrazo Gloria.